Anda y contale.. contale

Se vistió rapidamente, tenía el tiempo justo para ir hasta la casa de sus padres, y llegar a tiempo a la Reunión Semanal de la Empresa. Cuando terminó de arreglarse y desayunar, al ir saliendo del apartamento, el espejo del recibidor le devolvió la imágen de un hombre bien vestido en su ambo gris clarito, su camisa blanca y su corbata azul.

En ese momento, se dió cuenta que se había olvidado de correr las cortinas, y la vista del mar y el sol se apoderaban de su living, el sol se detenía en el carrillón de pie que había traído de la casona, y al que hubo que detener el péndulo, porque aquí no se podía sentir las horas con campanas, a él le gustaban mucho pero a los vecinos no.

Tuvo que dejar el reloj sin hora y mudo..Una lástima.

Al salir saludó por su nombre al portero, y con una sonrisa, y con» Tenga un buen día.» Siempre saludó amablemente. Su padre les inculcó a su hermano menor y a él que al abrir a algún llamado de la puerta lo hicieran sonriendo y al acompañar a alguien se apuraran a abrirle la puerta y despedir al que se iba, con alguna galantería y una sonrisa.  Estuviera, cansado, triste, enojado, en muy raras ocasiones su rostro denotaba lo que verdaderamente sentía.  Él se daba cuenta que la simpatía de la que todos hablaban la había heredado de su padre y parte una pequeña parte de la belleza de su madre.

Su hermano menor tenía todo lo que él más apreciaba, una lucidez nata para los negocios, una rapidéz en el cálculo, una celeridad un movimiento, que había hecho progresar rapidamente a toda la Compañía.

Admiraba, de Juan hasta el nombre. Su abuelo paterno se llamaba así y a él por ser el mayor le tocó el de su abuelo materno. Se llamaba Emeterio. Era un nombre que lo persiguió en la niñez… que cada vez que lo decía en clase se formaba un silencio cómplice y después de esa pausa, se sentían algunas carcajadas. Para peor no conoció a ese abuelo, lo que sí sabía de él era que vivió en la casa que  él mandó construir en la década del veinte, de esa casa  hacía cuatro años que se había marchado.  Como vivía en un sector lateral de la misma parecía que se había ido jovencito de la misma, pero no era así.

La Casona y Emeterio lo persiguieron siempre hasta que al llegar a la facultad se libró del último. Estando en clase un profesor en un práctico le hizo una pregunta, y como el dudaba entre dos respuestas, que tampoco tenía la certeza de que fuera la correcta, eligió una y le acertó. Apartir de ahí sus compañeros lo liberaron en lo cotidiano del nombre y pasó a llamarse el Pachón, por su tardanza su indolencia. Tanto le gustó el nombre que siempre acompañó al suyo con una gloriosa «P».

El auto el día anterior lo dejó estacionado en la rambla, llegó tan cansado que no lo entro al garage, y no le pidió al portero que lo hiciera. Hoy el rojo del capó tenía todo el rocío, se había apoderado de los vidrios de los espejos. Limpió malamente, el parabrisas, no tenía tiempo, si llegaba tarde Juan se enojaba.

La rambla a esta hora, era casi un sufrimiento, las luces prendidas, los más variados modelos de autos, las diferentes maneras de manejar, los semáforos, menos mal que al llegar al parque se abría y después en veinte minutos aproximadamente llegaría a la casa.

Mientras manejaba, se le vino a la mente la nueva recepcionista de la Empresa. Haría aproximadamente cuatro meses que había entrado a trabajar.

La Directora de Recursos Humanos le dijo que había ganado una Pasantía en la Facultad. Así que pronto la pasarían a otra sección, y después a los talleres. Lo detenía, la diferencia de edad, calculaba diez o doce años..o tal vez más. No sabía calcularle la edad. Todas las empleadas vestían igual, un uniforme en invierno y otro en verano. El de este otoño era pantalón y casaca negros, y una blusa blanca. Él la recordaba con una pollera y una blusa celeste, en el verano, y pudo comparar el brillo de sus ojos que se mezclaban con el de la blusa, y pensó es un cielo…  Yanina se llama el cielo.

Después que llegó a Agraciada, el túnel de los plátanos lo recibió con cariño. Hacía unos ocho meses que no entraba a la casa, sí pensó, desde que su madre empezó a retirar los muebles y el se llevó el carrilón. Su madre les dijo a Juan y a él que pensaran lo que querían, que tenían que vaciar sus cuartos, sus libros sus recuerdos, los juguetes que aún estaban en los garages.

La casa la vendían. Era mucho trabajo para sus padres, además se sentían solos. Mucha sala, living, escritorio, jardín, escaleras cuartos vacíos, sin risas, sin conversaciones y el jardín que la rodeaba de enormes árboles, que fueron creciendo con el abuelo con su madre, con ellos.

Al llegar al portón un colchón de hojas color miel lo recibió. Se trepaban por la verja, se apilaban en la vereda, y una variedad entre amarillas y anaranjadas, formaban pequeños montículos que impedían ver la vereda. No sólo el mar es hermoso, pensó ..

El portón fué empujado, y el jardín lo recibió, con un sendero en curva que daba a la escalera principal, protegido por cesped, y dos escaleras laterales que unían las dos terrazas principales a la casa. Subío corriendo los siete escalones de mámol hasta llegar al porche abierto en los costados y cerrado en la parte del cielo raso. La puerta generosa en tres sectores, con sus vidrios esmerilados formando dibujos geométricos y las rejas torneadas en infinitas curvas, daban un marco magestuoso a la entrada.

El abuelo sabía hacer las cosas. El chalet, la Empresa, en que ellos, sus tíos y sus primos trabajaban, la Estancia.

Entró al salón, de ahí a la biblioteca, todo estaba igual, los libros… dejó caer su mirada, buscaba los tres biblioratos que le habían pedido. Fué en ese momento que se sintió mal, un leve mareo, le impedía ver con claridad. Se sentó como tantas veces en el mismo sillón de cuero gastado.. Necesitaba descansar sólo unos minutos… Eso era todo. Fué un momento..y recordó que no había tomado el remedio..Un caramelo..

Buscó en sus bolsillos y no tenía ninguno. Lo compraría en cualquier quiosco en la calle, o en la primera farmacia en el camino. Miró hacia la alfombra, los arabesco, rojos, blancos y azules, seguían en infinito hasta toparse de lleno con los muebles. Se sintió niño. Se oyó niño. Y el autito rojo, y los mecanos y la pelota grande y blanca, y se vió haciendola picar en los muebles, en los libros, en las escaleras de la casa ..Y a Juan pidiendo la pelota, y en castigo apretando contra el piso el autito rojo, y llorando diciendole: AHORA LE CUENTO A MAMA y la de él respondiéndole ANDA Y CONTALE…CONTALE.

Ya se sentía bien. Fué solo eso un malestar pasajero… el lunes tenía el control. Tenía que apurarse, solamente eso. Cuando salió de Agraciada, divisó un quisco verde…aminoró la marcha, en ese momento una pelota grande y blanca como las de su infancia, se cruzó en su camino, e instintivamente, giró la dirección, y entró entre las latas, empujó carteles, y saltaron diarios y revistas, pastillas, caramelos, y una lluvia finita de vidrios y de espejos le llegó al oído, como carrillón, como campanada …Y SU VOZ DE NIÑO DICIENDO  ANDA Y CONTALE…CONTALE

Un caramelo..sólo eso necesitaba…un caramelo..

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