Una cucharita

La casa estaba construída más alta que la vereda. Les pareció que así iba a quedar más armoniosa con el entorno.  Hicieron un jardín de cesped, pocas plantas, y unos pasos en laja hacían las veces de una pequeña escalera que llegaba por un lado al porche, y un camino de la misma piedra en forma de huella, al portón de reja. Tenía amplios ventanales, uno grande sobre el cesped mismo, otro a la entrada, y el tercero, sobre el guarda coche. La casa, era sencilla, luminosa, era la casa por la cual luchaban para que cada día estuviera más hermosa, más cálida.

Era más que una casa… Ahí habían crecido sus hijos, de ese mismo lugar se habían despedido para casarse. Era su hogar, su refugio. Era el mes de enero. Cálido, con el cielo casi blanco. Se despidieron como todas las mañanas, para irse a trabajar.

La casa quedaba sola, sola pero no abandonada. Al irse cualquiera de los dos se fijaban que la puerta estuviera bien cerrada, las persianas bajas, lo que hacía resaltar más las rejas de todas las ventanas.

Casi siempre, ella era la primera que llegaba. Lo primero que hacía era levantar las persianas, y abrir las ventanas. Como el sol la castigaba toda la tarde, el calor se acumulaba, pedía a gritos, que el aire circulara.

Mario, se bajó del auto para abrir el portón. Lo entró al guarda coche. Retiró del asiento de atrás un diario, el portafolio y el saco. La camisa blanca de le adhería al cuerpo, colgó de su brazo, el saco, y apretando con el mismo el diario y el portafolio, buscó las llaves.

Al mirar la cerradura para abrirla, pensó que había que volver a barnizar la puerta. Las puntas de diamante, que así se llamaban las tallas que tenía y que en el momento de construir, era lo que se usaba; estaban desgastadas, no se podía lucir el cedro con el que estaba hecha.

Abrió la puerta, y un vaho caliente, le inundó la cara. Miró distraidamente, hacia el living; vió el arbolito de navidad, que todavía no se había guardado, los adornos reflejaban la luz, que por las rendijas de las persianas se colaba. Una vela grande roja, azul y plata, en el suelo mismo iluminaba el piso formando aros. Pensó y siempre le pareció, que era una vela extraña. Se la había regalado a su mujer una parienta, para su cumpleaños, que era antes de la fiesta.

Cruzó el living, prendíó, una portàtil que le había regalado su suegra, que era de su casamiento. Algo hermoso, y antiguo. La pantalla iluminada, lucía el pie de porcelana, y daba un reflejo blanco y arananjado, a todo su entorno. Estando todavía en el living, fué cuando vió reflejado en el piso de escalla  del estar, unos objetos que brillaban. Dió un
paso, y vió como cantidad de botones de todos los tamaños y colores estaban esparcidos, entre los muebles, en el sofá, debajo de la mesa. Salían del único mueble que aquí había, manteles, servilletas, se mezclaban con copas, con botellas, habían descolgados los cuadros, roto la parte de atrás, y como en loco remate, había cuchillos, libros abiertos, ropa, sábanas.

Se calleron el diario, el portafolio, el saco… Quiso, seguir, y no pudo …Quería llamarla. Un sonido apagado, le quedó en la garganta. Un nombre dicho mil veces, era imposible de pronunciar. Entoncés como poseído, corrió , miró todas las piezas, los rincones, en el desorden infernal, ella no estaba. Como una rosa abierta con un gato hidráulico, estaba una de las rejas , por ahí habian entrado,….a su casa!!!

Se fué con el auto hasta la comisaría y ahí lo recibieron, junto a tres vecinos de la cuadra. Lo pusieron frente a unos de los ladrones, que habían apresado. Lo miraba y no podía creer lo que le estaba pasando… era un hombre
jóven, bajaba la cabeza. Una palidez amarillenta lo rodeaba.

El Comisario, como una letanía contaba, que eran tres las casas, que habían robado, en las horas en que ellos trabajaban. Comentaba, que unas cuantas cosas, habían sido recuperadas, pero eso sí tendrían que ir todos
los vecinos, a reconocer los objetos hurtados. Después lo tranquilizó, comentandole que no se preocupara que su señora estaba bien, que había llamado por teléfono desde la casa de un vecino.

Y como corolario, de esta escena, le decía Ud. preguntelé tiene más o menos veinte minutos. Marío, preguntó como si algo o alguien lo empujara. Porqué no tocaron el living y la biblioteca..?

Y por primera vez.. el ladrón levantó la cabeza. Y a su vez preguntó.. por la macumba…Ud. Tiene la vela..Y los caracoles. Usted..es de la Macumba..No..?

Se hizo un silencio..al dueño de casa le temblaban las manos y acertó a preguntar. A éste solo agarraron. Y porqué tengo..veinte minutos…para qué.. Fué cuando lo más insólito se escuchó en esa comisaría. Aún hoy cuando han pasado más de veinte años,  Mario lo recuerda.

-Agarramos a otros dos, pero a éste lo tenemos que llevar al Hospital para que lo operen…porque para no ir a la Cárcel..
SE TRAGÓ UNA CUCHARITA…

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