La casa de sus sueños

Sobre casas abandonadas – 2

Conocí a Marita, cuando  ella era una niña y yo un estudiante.

Vivímos muchos años, en el mismo edificio de apartamento. Mis padres, en un apartamento por escalera, en el primer piso y los padres de Marita en uno interior al fondo, y al frente una familia, con tres jóvenes. Era un edificio sin ningún lujo, solo para renta.

Marita, llegó de golpe, la trajieron un día cuando tenía cinco años, y quedó como la hija de Santiago y Nora. Marita era adoptada, y me contó mi madre que estuvieron que esperar tres años para poder hacerlo, a pesar de que  su madre la abandonó en el Pereyra Rossell, cuando nació.

Fué creciendo, y compartimos como amigos y vecinos sus logros, y alegrías. Mis padres se hicieron muy amigos de Nora y Santiago, no sé si por la edad o afinidad de intereses.

Mamá la traía casi diariamente a casa, cuando sus padres salían y no la podían llevar, o cuando hacía los mandados Doña Nora.

Para mamá fué la hija que no tuvo, ya que yo era hijo único, y para mí por momentos un verdadero incordio.

Desde que la conocí, supe, que apesar de ser medida, y solitaria al extremo, tenía  algún doblez, no creo que fuera para mal, pero dentro de sí albergaba, un plisado, que con el correr de los años fuí conociendo.-

Cuando me recibí, tenía treinta años, y mi vecina solamente diez. Fué cuando papá pudo realizar algo muy deseado, la casa propia, compró un terreno, y yo ayudé con todo lo demás. Tenía muchas ideas, había viajado con el grupo de Arquitectura, y creía que todo era posible. Había entrado, en el Ministerio de Obras Públicas, y ahí entre el proyecto, los planos, los permisos y el dinero, fué que  me dí cuenta, que es muy difícil concretar las aspiraciones.

Cuando comenzamos la casa, un día la niña callada, me preguntó, si la casa iba a tener ventanas grandes. Le dije que sí, y le pregunté porque le gustaban las ventanas grandes. Me respondió

– Porque si tenés ventanas grandes y las podés abrir,  las cortinas se van a mover con el viento, y tú lo vas a poder sentir en la cara.

Una explicación sencilla, para esa edad, pero que con los años fué el resúmen de una vida. Su pieza no tenía ventana daba a un patio con claraboya, y de ahí provenía la luz de su pieza.

Nuestra casa quedaba a veinte cuadras, de los apartamentos, pero había una persona que todos, los días hacía esas cuadras para estar junto a sus amigos y recrearse mirando através de las ventanas grandes.  Comprendí, sus deseos, como si fueran míos, y traté de estar siempre a su lado.

Fueron pasando los años, y un día me dijo que quería seguir la misma carrera que yo, y cuando le empecé a explicar lo larga que era, los sacrificios que conllevaba, le hable de los prácticos, de la cantidad de horas que tendría que dibujar, fué todo inútil, terminó su bachillerato, y entró en Facultadad de Arquitectura.

Fué cuando falleció su padre, y las cosas en su hogar se fueron complicando.

Con una pensión, no podrían subsistir madre e hija. Marita entró de cajera en la Tienda El Cabezón. No tenía nada que ver, lo que había estudiado, con lo que hacía, y me dí cuenta, que veía alejarse sus posibilidades.

Tenía entonces veinte años. Con una recomendación de un Ministro, entró a trabajar en un Equipo de Mantenimmiento del Poder Judicial. Al menos su tarea era mejor, tenía que recorrer, los edificios, apuntar sus carencias, primero fué en Montevideo, y después conjuntamente con el interior.

Nos fuimos viendo menos, pero cuando falleció su madre y la mía, la soledad, que sentimos fue infinita, y desde entonces, si estamos lejos nos llamamos por teléfono, y sino, ella viene a mi casa..siempre.

Hace mucho tiempo, Marita la callada Marita, me empezó a hablar de sus sueños…Me contó, que todas las noches soñaba con los muertos de su familia y los muertos de la mía, y amigos de la cuadra.  Era tan veraz su explicación, que empecé yo también a entrar en sus pesadillas. Me habló que siempre, los veía  en la misma casa, que la iban encerrando en las piezas, en la escalera que abarcaba los dos pisos.

Marita comentaba lo que soñaba como si fuera ése el momento, y yo sentía el viento del que me habló de niña, como si me castigara ahora, en éste momento. Con su embrujo del pasado al hoy entré por esa puerta, casi sin querer.

En un primer momento pensé que algo había sucedido, no me podía explicar qué…Me habló de colores, me enseñó a ver, ella a mí.. me dijo de los verdes diferentes, de proporciones, de la relación del color y la forma, y comprendí, que había entrado en algo que tal vez con un psicólogo se cure.

Lo más grave de todo era que yo no quería que ella se mejorara, es más yo quería entrar en su locura, de día y de noche…

Una tarde temprano, cuando, recién había llegado del interior, me dijo que ya sabía cual era la casa, a la cual concurrían nuestros familiares, todas las noches.

Foto de Stella

Foto de Stella

Le pregunté donde la había visto, y me dijo.

– En el Prado, te voy a llevar para que la veas.

Saqué el auto, y empezamos a dar vueltas, por las calles desiertas, paseamos por los vistas de los altos árboles, por el puente de piedra,..  no recordaba  exactamente, la calle, y ahí en ese pequeño delirio de viejas quintas, chalets, caserones de estilo, fue cuando llegamos a la calle Castro…y al grito de pará.. pará…fué que ví la casa soñada, durante años por Marita.

Está abandonada, queda el esqueleto, de algo que fue.  Por una abertura  cerrada en cuadrícula , sin vidrios en el frente, se puede ver la escalera de madera, que lleva al segundo piso, una puerta grande de madera despintada de blanco con evidentes signos de añares  que no se abre, y arriba de ella como figurando un medio arco, una abertura en hierro, que evidentemente, fue una especie de lucernario.

En uno de sus costados adosado a la casa una habitación con una ventana cerrada, y más lejos se divisa una chimenea.

Para completar , hay solamente un pedazo de muro, que sujeta, una hiedra, hasta el árbol de la vereda está seco.

La alegría de Marita, era desbordante, era la niña, con su ventana propia, faltaban las cortinas solamente, todo su sueño era en color, no veía lo que era, hablaba de lo que podía llegar a ser, nada más.

En esa realidad virtual, yo  un hombre de 65 años, le pregunté, a esa niña mía,  a esa loquita mía, si quería casarse conmigo, y así sería la casa de sus sueños y conpartiríamos las ilusiones y los muertos.
Marita, me respondió que – sí,  y por primera vez, en cuarenta años que la conocía me preguntó – Si la quería adoptar.
Y en anochecida tarde, fuimos dos buscando  luz.

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