El bautismo en las esquinas

Corría el año 2001. Y él terminó su educación, en la chacra que tenían los padres en Don Orione.

Hijo de nadie, aceptó todo lo que le enseñaron sin cuestionarse nada. En ese lugar se tenía compañeros, algunos amigos y el resto eran maestros, consejeros, y Padres. Algunos curas enseñaban oficios, y religión. Se rezaba al levantarse, al recibir el almuerzo y en la cena.

Estaban todos eternamente agradecidos, y compartían lo que tenían como les eseñaron;  algunos de buena gana, otros rebelándose y la mayoría en una estoica resignación, la resignación de los débiles de espírutud como le habían inculcado, todo esto se acompañaba, la mayoría de las veces cantando..

Hacía ya mucho tiempo, que lo habían bautizado, y fueron sus padrinos, dos personas ajenas a él, que se comprometieron a ayudarlo, a guiarlo, a apartarlo, de el maligno, de sus tentaciones, para salvar su alma y que tuviera una vida plena de frutos, de buenaventuranza.

Entró a trabajar en un taller de carpintería, por la buenas recomendaciones que tenía, pero como había muchos muchachos como él, que sabían más, pasó, a ser el que cargaba los tablones, el que se ocupaba de los mandados, el de la escoba. La madrina le consiguió una casa grande para cuidar, y él empezó a pensar que no había que ir tan lejos para encontrar un pequeño paraíso.

Con el sueldo de ayudante, y lo que le daban por cuidar la casa vacía, lograba comer poco. Estaba acostumbrado a los platos hondos llenos, y llegó a pensar que lo hondo lo profundo no era malo, era lo mejor , porque uno se quedaba contento al verlo y podía dormir mejor de noche. Fué cuando dejó de cantar mientras comía.

A mediados, del 2002, todo se desmoronó, para él y para muchos de sus compañeros, y tras largas colas en el Seguro de Desempleo, pasó a tener por seis meses, un ínfima cantidad de dinero, y con la recomendación de que sí conseguía otro empleo, debía avisar.  Dios sabe que lo buscó, a él, y a un nuevo trabajo. Se iba caminando hasta el Diario El País, porque en sus vidrieras, se colocaba los avisos clasificados, donde se pedía , y se ofrecía trabajo. Aprendió que existía las colas para todo, desde los Bancos, los pocos lugares, que ofrecían trabajo, y hasta en los Super. La gente que podía se abastecía, por cuatro, por cinco.. el no podía multiplicar, el restaba solamente.

El Presidente, el que cantaba la justa, no fué él que la cantó, fueron los jóvenes, sin un oficio o con el, los empleados de las empresas privadas, toda una sociedad, se convulcionó, se dió vuelta, y por primera vez, algunas personas miraron a su alrededor, y vieron, sí vieron por vez primera, salieron de su ceguera sin ninguna operación de cataratas.

Hizo cola en las iglesias, para un plato de comida caliente, y un pan. Ese fué el pan nuestro de cada día. Esto, pasó a ser culpa de todos, y a no ser culpa de nadie. De Brasil, y de la devaluación de la moneda, de la Argentina, que  mandó la aftosa, y de todos que se apuraron a sacar la plata de los Bancos, y de ellos que los cerraron, y la gente que temía por el corralito.

Muchos dijeron los que otros callaron. Y hablaron los técnicos, y la oposición, se testrabó la lengua, y no se aprovechó el ejemplo de lo que estaba sucediendo.

A él, toda esta situación  alguien se la quiso explicar  pero sólo entendía lo que su estómago le decía, no le interesaba lo que pasaba, no tenía un campo con vacas, ni plata en un Banco, había perdido su empleo, sólo quería trabajar en algo.  El no hacer nada ocupó todo su tiempo. Dormía menos con hambre, pero igual dormía y muchas veces cerraba  los ojos para olvidar, y también se dormía.

Una mañana, llamaron a la puerta, y se encontró con un niño que pedía, la mano abierta, y el brazo extendido, los ojos tristes, y todo hizo su efecto en él. Le enseñaron a dar, se lo dijeron muchas veces hasta que quedó grabado, en su mente. Dar para recibir.. Fué, en busca de lo que tenía, y le quedaba solamente pan, y sin dudarlo lo dió.  Entregó lo poco que le quedaba.

Cuando salió para la Iglesia, hacía rato que lloviznaba, y pensó en la cola que tendría que hacer bajo lluvía, junto a tantos viejos y desocupados, pero el hambre hace que las piernas se movilicen y era jóven para hacerlo. Fué cuando unas cuantas casas más adelante, vió sobre un muro, lo panes dados.  Brillaban por la lluvia, y al joven les pareció que eran dorados. El niño que pedía  rechazaba su propia hambre.

Como tantas veces lo vió en su adolescencia, levantó el pan y como si fuera en misa los elevó, hacia adelante y hacia el cielo, era la pequeña comunión, sin caliz, sin vino, sin hostias.

A partir de ahí, se hizo de un sitio en una esquina, empujó al que pudo, maltrató a los más chicos, prepoteó, e hirió a los más grande, se hizo dueño, con una botella con agua y detergente y un lampazo, de un lugar, en el salvaje Montevideo. y pidió monedas, y asustó a mujeres, y no tuvo lástima de nadie.

No le interesó el prójimo, porque había comprendido que para querer a los demás hay que quererse primero a uno mismo.  El no había prometido que se apartaría del maligno de sus hechos y sus obras,  eso y otras cosas más lo habían prometido sus padrinos…

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