Sobre casas abandonadas – 1
Todo comenzó como una narración oral. Mi abuela se lo contó a mi madre, y mi madre a mí. Para que no se perdiera decidí, escribir todo lo que me llegó. Soy por un instante el juglar de esta pequeña historia.
Mi abuela iba a una escuela de la zona, y estando en segundo año, fué cuando conoció a Elbio. Era de su misma edad, tenían los dos siete años. Mi abuela era morocha, vivaracha y comunicativa. Su compañero, era muy blanco, con piel fina, pestañas y pelo rubio, ojos claros como el agua, y por el contrario a ella, era un niño que casi no hablaba, y se alejaba cada vez que podía de todos los demás. Fué un niño que nunca hubo que reprocharle nada, correcto, prolijo, cumplidor, era invisible, carente de risa.
Igual que a todos, su madre lo venía a buscar, siempre vestida de negro, callada se ubicaba en la vereda, y nunca se acercó a hablar con ninguna madre.
Mi abuela conocía la casa en que vivían de lejos, inmensa, hermosa, una casa que invitaba a jugar en el jardín, solamente que Elbio no jugaba con nadie, ni en los recreos. Elbio no tenía amigos.
Al año siguiente volvieron a encontrarse, Elbio había crecido poco, en cambio mi abuela, ya lo pasaba en una cabeza. Cuando se vieron, mi abuela Mamucha, lo saludó, y el le contestó con pocas palabras y una sonrisa..Sabía sonreir… A partir de ahí, no digamos que se hicieron amigos, sino que fueron más conocidos que antes. Había un cristal, entre los compañeros, la maestra, y el niño, que hablaba si le preguntaban. Pasó el año y al terminar las clases, hubo un ramo de flores para la maestra, un ramo de flores diferentes, extraño para la época y él solamente dijo que eran de su jardín. Ahí fué cuando abrazó a la maestra..Sabía abrazar..
Cuando llegó cuarto año para los dos, Mamucha era la última de la fila y Elbio el primero. Lo que le había crecido era la cabeza, tenía entre el pelo enrulado y rubio, una corona, que era el marco de su cara. Era lindo a su manera, brazos, piernas, manos y pies, pequeños, no era enano, era un niño diminuto, y cabezón.
Alrededor de ésa época empezaron a llamarlo entre ellos Hongo Blanco, ( esos que salen después de llover sobre el cesped ), todos menos Mamucha, a la que le parecía que tenía una gracia de niño liliputiense, única, increíble. Siempre lo vió como un duende, como un dije de oro. Se parecía a los personajes de los cuentos de hadas, que ella solía leer. La risa, la mofa de sus compañeros, lo herían, porque eran todas las burlas sobre él, fué desahuciado por sus conocidos y si no llegaron a mayores sus problemas, fué porque su silencio le sirvió de escudo. No se interna gratuitamente en lo desconocido, y él fué el eterno ausente, de los juegos, de las risas, de los empujones, era el infante, anciano de una clase.
Cuando se despidieron a fin de año, y mi abuela le contó, que se mudaba, cambiaba de escuela, y no sabía si volvían a verse. Fué cuando vió sus ojos, llenos de lágrimas, y le agarró la mano. Supo, sabía querer..sabía llorar..
Mi abuela nunca más vió a Elbio..Esta parte de la trama, se la contaron a mi madre unas primas que siguieron viviendo en el barrio. Veían esporádicamente a los dueños de la casa, era una familia extraña, nunca entendieron porque tres personas como eran en esa familia, tenían una casa tan grande. Nadie los visitaba. Alguien dijo, si lo sabía o lo inventó, – que la casa era heredada, de un español, tío del dueño,y que por eso habían venido de España, a cobrar lo que le habían dejado… Que la casa era de Elbio..
Los padres murieron, y Elbio, permaneció sólo, en la casa grande e imposible de manejar. Nadie supo que trabajara, porque solamente lo veian salir a caminar, portando la mayoría de las veces, un palo de algún árbol. Nunca saludó, ni se le conoció mas familia que la descripta. Esa hermosa mansión se fué deteriorando a medida que el dueño envejecía. Se llenó de gatos, de hojas de los grandes Plátanos, los senderos, marcados por Pinos, casi desaparecieron, por la pinocha, y la reja se mantuvo con las iniciales, como marcando un rumbo hacia el pasado. Toda la zona se depreció, ya no tenía el valor de antaño, porque las personas preferían los apartamentos, a esos pequeños castillos llamados chalets. Pero el dueño de casa no podía dejarla porque él era los goznes de la puerta, digamos la puerta misma. Era la enredadera, que apretaba en un abrazo final unos de los lados, y subía y envolvía la ventana superior y trepaba hasta el tejado..
Un día recorrieron la zona unos Pastores, o Predicadores, repartiendo folletos. Y les llegaron a todos el convite con misivas para conocer la iglesia, y cosa extraña, el viejo hombrecito aceptó, y a partir de ahí todos lo vieron arreglado para ir al Culto los domingos. Dejó de ser un hombre solitario, para transformarse, en una persona acompañada, los días de celebración, la navidad, y a fin de año.. Fué la conmiseración de un Dios lejano. » Actúa como si tuvieras fé, y la fé te será dada «
Cuando las pocas personas que lo conocían, dejaron de verlo nadie lo extrañó, ni en el Culto, ni en el barrio. Las casas alejadas, una de otras, hacen que se pierdan las miradas, nadie se detiene, pocos se saludan, la velocidad del tiempo hace el resto. Se acumularon los recibos, en el oculto buzón de la entrada, esa herida de la piedra tragó, todos los anuncios recibidos, todos los folletos. Cortaron la luz, el agua, pero eso no importaba a nadie, porque se enteran pocos, y si el usuario no reclama, quien se va a preocupar.
Cuando fuí al velorio de unas de las primas de mi madre, supe el resto. La casa lució abandonada, sola, y empezaron a pensar algunos vecinos, cuando habían visto por última vez al dueño. Nadie pudo precisar, dos años, tres, tal vez más, algunos no lo podían localizar, otros nunca lo conocieron, nadie sabía a donde preguntar, que era lo que había sucedido. Tuvieron que entrar ladrones, y ver los vecinos como empezaban a llevarse muebles, y llamar a la policía, para que finalizara en parte esta historia.
La casa estaba vacía por los robos sufridos y deshabitada, y calcularon que hacía cuatro años aproximadamente, por un aviso de UTE, que quedó incrustado en la piedra, y se salvó, de milagro. En un primer momento, no pudieron saber más .
Unos muchachones, de un asentamiento cercano, fumando los porros que hacen, entraron a robar la poca fruta, que quedaba de unos viejos perales, y empezaron a recorrer el jardín abandonado, cuando les llamó la atención unos hongos marrones, grandes a los pies de uno de los eucaliptus. Ahí había una especie de piletón con arena, que el viento fué desperdigando, y pensaron los que cuentan la historia, que ese era el lugar que de niño jugó Elbio porque una vez fué niño.. y jugó.. después fué el lugar de sus gatos.
En ese sitio , entre la poca arena que quedaba , cayó el dueño de casa para siempre, y fué ese lugar su pequeño baúl. Entró con su cuerpo blanquecino, al que abrigaron las hojas del jardín, lo bañó la lluvia y lo calentó el sol, y la sabia naturaleza hizo el resto, y lo transformó en suelo fértil.
Fué él, los hongos de su jardín, y el azul fué marrón, el transparente se transformó en opaco, el tiempo dejó de cerrar la puerta, porque no tenía goznes, y los jóvenes corrieron, drogados y asustados, y decían que círculos dorados salían entre los hongos de los eucaliptos, y que la puerta de reja , de la entrada se abrió sola, y los vecinos supieron. Todos se enteraron Y algunos miraron.
Lamento que Mamucha no esté, para sentir, una historia , de soledad , sin amor, de desierto, cuando se ve el aislamiento, de niño, a hombre, hasta ser viejo. Se ha transfigurado en cegera.. de los que estamos y no vemos.
Faltó ella a la cita , el hada de las flores, que le diera una mano, para ir en busca , de las risas, de las lágrimas, de la imaginación, del amor..
Unicamente, aunando el alma con hechizos, se logra hacer círculos dorados, entre los árboles y se puede transmutar una vida, en hongos… que se adherieran de tal manera al ser .. Era.. como un Cuento de duendes .. Con pequeños y grandes hongos.. mágicos.. alucinógenos..