El aeropuerto estaba lleno de gente, más en el sector partida, porque comenzaban las vacaciones de julio para los que podían disfrutarlas con hijos o sin ellos, otros se iban por negocios y para algunos el destino en lugares distantes, reportaría algo mejor de lo que podía darle el país.
Entre la gente con grandes bolsos, revistas, abrigos y pasaportes en las manos, carritos que llevaban los viajeros, y reformas y mantenimiento que se hacía en el propio recinto, parecía que había más gente que lo habitual en esa época . La lluvía y el frío que en este momento castigaba Montevideo, era algo ajeno a los que ahí se encontraban. Todos estaban para acompañar, despedir, emocionarse hasta las lágrimas. Se escuchaban, carcajadas y chistes de gente feliz, que lograba ir hacia lo soñado. Pero muchos sabían que ese sería su último encuentro, un adíos definitivo. Sólo era cuestión de tiempo. El murmullo, subía como una espiral, junto con las voces que anunciaban los vuelos,y se entremezclaban, y se detenía en en el ruido de las máquinas..
Entre ese grupo, inmenso y heterogéneo, estaba Marcia, alta, delgada, elegante con su chaqueta de cuero, y sus pantalones de pana, esa manera de llevar la ropa que la distinguía siempre, estuviera, en su trabajo, o en una reunión. No era una belleza perfecta, pero tenía un imán, que la hacía única. Llena de amigas, y seguidores, era a una ejecutiva, que viajaba a Madrid, para casarse con un español, al que conoció en una reunión de la Empresa.
No era la primera vez que viajaba, lo venía haciendo desde hacía dos años, pero ésta era la definitiva tenía todo preparado, para casarse, en la ciudad de su futuro marido. Lo decidieron así, porque él tenía mucha familia, y quería compartir hasta con sus abuelos ese importante momento. Unos pocos familiares y amigos de ella viajarían dentro de quince días para estar con ellos.
La rodeaban las amigas y dos tías pero ella sólo respondía con palabras, sus ojos se iban hacia la mirada, que desde un extremo, casi apoyado en un costado de un mostrador la observaba.
Esa mirada que la acompañó durante sus veintiocho años, y en la que ella se cobijó, esa mirada que los dos adoraban, en los silencios, y en las alegrías, en las tristezas y la desesperanza.
Cuando la voz, empezó a llamar al vuelo de Marcia, empezaron los abrazos, y en ese momento, miró ella para despedirse, pero él ya no estaba, porque no quería que lo último que ella viera fueran sus cansados ojos. Todo estaba dicho, hasta las lágrimas, nada era más cierto, que la felicidad de ella era un desgarro en el corazón de él. Pero eso no tenía importancia para nadie, nada más que para ellos dos.
Cuando llegó a la puerta, se dió cuenta lo rápido que había salido de toda esa gente, que lo ahogaba, de las risas, de los adioses, de maletas ajenas, de los guías de excursión, de toda esa gente, dispuesta a entender lo imposible, porque cada uno viaja con sus recuerdos, sus angustias, y sus alegrías, vaya a donde la vida lo lleve, desde el país hasta lejanos lugares, hasta la casa, o el trabajo. Pensó se viaja siempre, sólo que su bolso ya le resultaba muy pesado. Cuando la puerta se abríó, y el aire frío y húmedo lo recibió empezó a temblar. Ese temblor fino que venía ocultando desde hacía meses, y por el cual consultó a un médico amigo. Él sabía que la enfermedad, era irreversible , los medicamentos lo aliviaban pero no le daban la cura que se necesitaba, espiritual y física. Se acercó y contra la pared que ocultaba unos de los ventanales, buscó entre sus ropas la petaca, y tomó un sorbo largo. Le habían aconsejado una internación para su adicción, pero se necesitaba su voluntad, algo que hacía tiempo de lo cual carecía. Se respondió asímismo » sólo me faltaba ésto »
Ya no pudo seguir caminando rápido, porque empezó a perder en parte el equilibrio, y le costó mucho cerrar los botones de su pilot. Verdaderamente, no supo bien como encontró su auto y logró abrirlo, y ahí en la casi penumbra del invierno, con la garúa fina que caía despiada, pudo descansar y llorar. Nadie lo veía, sólo dependía de su voluntad, de sus fuerzas, y de lo recuerdos felices para mantenerse en pie.
Cuando llegó a a su hermosa casa, no sabía cuanto tiempo había pasado, o como estaba ahí después de esquivar los autos, que circulaban por la Rambla. Dejó el auto en el jardín, y cuando iba a buscar las llaves para abrir, la cara redonda y colorada de Élida, ya le había abierto la puerta, y le preguntaba con su voz nasal. -Qué rápido hizo Sr Arturo, el avión de la Srta salió en hora. ?, mientras le ayudaba a sacarse el pilot. -Pero al ver que él no le contestaba y levantaba su mano, en un gesto de fastidio la mujer calló. Fué cuando se cambiaron los papeles, y él le dijo. -Puede retirarse Élida, la Sra del relevo ya llega me acaba de avisar, y mi amigo Salvo ya viene también, así que puede retirarse . Que pase Ud. un buen fin de semana en Rivera con su familia como acordamos. Se lo merece , ha trabajado Ud. mucho desde hace cuatro años, y estuvimos pensando con Marcia, que debería tomarse unas vacaciones, más largas que un fin de semana. -Sr. Arturo, no creo que Ud. pueda sólo, con esa Sra. del relevo, hay que hacer tantas cosas, le respondió, mirándolo en mudo reproche.. Arturo se sentó en un sillón, ya no podía seguir hablando más, quería volver a ser alguien pensante, ya estaba perdiendo esa facilidad.-Así que terminó el diálogo con un – Tráigame un whisky y puede irse . Al momento apareció vestida con su vieja campera y un paraguas y , con una bandeja y dos vasos -le traje un whisky , para su amigo también y en la antecocina dejé pronta la cena. Todo lo demás ya lo hice. Hasta el lunes Sr. Arturo, nos vemos. Ésto último lo dijo con un dejo de voz, más nasal y alto, evidentemente, había logrado fastidiarla.
Tomó unos sorbos de la bebida, se levantó con dificultad y puso las dos llaves a la puerta, y la cadena, así si Élida o alguien quería entrar no podría hacerlo, porque lo que deseaba desde hacía mucho tiempo era una casa, su casa en silencio, para él sólo.´
Sin pasos silenciosos en la noche, si abrir y cerrar de puertas, sin ese cambiar de rostros permanentes, con comidas ajenas, echas de papillas, esos vasos mamaderas, médicos, enfermeras, suero, pañales, inyecciones y oxígeno, y el olor a desinfectante que lo impregnaba todo.
Quería lo imposible, ser jóven sin obligaciones, sin enfermedades, suyas o ajenas, y sobre todo, haber sido un hombre rico, por símismo, no por ser el esposo de…y haber manejado con éxito una Empresa.
Era tarde para arrepentirse, y llevaba además ese calvario oculto,que ya dejaba de serlo, se veía en su rostro ajado, en sus hundidos ojos, y en su aliento habitual , pobre morral, el de su carga, pero ahora, como revancha del tiempo pasado y perdido, estaba él mal. Se sentía mísero, nunca más pobre, más desvalido más sólo. Volvió a tomar, agarró el segundo vaso, porque él sabía que su amigo y la Sra del remplazo no iban a ir, porque no llamó a ninguno de los dos y como pudo abrió la puerta de su ajeno cuarto. Ahí en la cama grande, estaba su mujer, pequeña, pálida, enferma, dependiente todo el tiempo, desde hacía cuatro años. Pensó que era mentira que existe un infierno para pagar los pecados, » Aquí se hace y aquí se paga «.- Ellos eran el fiel reflejo de esa realidad. Se sentó en el costado de la cama y empezó a hablarle, y fué como si estuviera en una iglesia y frente a un cristo crucificado, pidiendo perdón por los dos.
Cuando terminó de su divague, se dió cuenta que ella no podía entender lo que él le decía, porque hacía cuatro años que había dejado de entender, y como excusa final, él le dijo que- — la iba a poner en una casa de salud, para que la cuidaran.
Fué cuando la miró por primera vez, no recordaba cuanto tiempo, hacía que no la miraba y através del alcohol, y de sus nublados ojos, vió que ella no respiraba, y le levantó la cabeza y le gritaba que le contestara, y la llamaba maldita..maldita., pero al mismo tiempo lloraba y temblaba, como un niño abandonado y sólo.
Tomó de la mesa de luz de su cuarto, de ese de soltero que tenía desde el accidente de auto de su mujer , unos frascos de pastillas, y fué hasta la cocina, y ahí vió la cena, y las papillas, y tiró todo, quería deshacer lo imposible, despojarse del pasado, como un traje manchado, y tomó la botella, y se fué dando tumbos contra la pared, hasta la cama donde estaba
la mujer que amó, o pensó que amaba, la de el ancla de oro, pero la que le dió la hija por la que vivió hasta ahora.
Se tiró junto a ella, y tomaba el alcohol y las pastillas, y por momentos se reía y lloraba, ese llanto triste que da la embriaguez, ese que tanto conocía, porque hacía muchos años que él sabía lo que era acostarse sin saber bien en donde lo hacía, como ahora. Era como ella, ni mejor ni peor, dos enfermos por decir algo leve, ya que ella, manejando borracha fué que chocó contra una columna de la Rambla, y quedó así en una cama por el resto de su vida.
Cuando se le acabaron las pastillas, y el whisky, él empezó a temblar más, quería y no lograba que las manos y la cabeza se calmaran y para detener en algo ese maldito temblor, puso sus manos debajo de las de ella, y apoyó su cabeza, como tutor contra la blanca cabeza inmóvil.
En voz alta, para que ella lo sintiera, porque había olvidado que ya no oía.- le decía – Ahora que Marcia partió vamos a estar más unidos y este fin de semana lo vamos a pasar solos, sin ruido, y va a ser muy lindo, vas a ver, te lo prometo, y todo esto lo decía entrecortado y gangoso, incoherente ,ya había dejado de ser dueño de su voz.
El piadoso sueño, llegó, en silencio, y los tomó sin saber que solamente se llevaba la sombra de esas almas, porque ,la prestancia e inteligencia y el resto construído , lo dejaron en cualquier camino, en un recodo de algún viaje, sin carga de maletas , y quedaron a la vista, casi desnudos…
Mi querida Stella, escribiste toda una novela en la mente del lector, en el espacio de un cuento. Si no lo hubieras publicado, te sugeriría enviarlo a algún concurso, ¡está de lujo!
Maravilloso, me tenías en ascuas, sabiendo que había algo más, preguntándome muchas cosas que al final despejas.
¡Bravo! me encantó
Abrazos de luz
Al comentar tú el cuento, lo releí, y creo que debo rehacerlo. Sacar las fotos que tiene y poner aunque sea una mía, y hacer los espacios necesarios.
Sabes, me das el necesario sacudón, y no dejar algunos cuentos sin la debida corrección.
Un fuerte abrazo mi querida Silvia.
PD. Después te cuento, lo del cuento…