Historia mínima.
Lo conocí una tardecita de otoño. El viento soplaba fiero en la calle, y al bajarme del auto casi me topé con él. Enseguida se hizo a un lado y siguó caminando contra ese salitre que todo lo impregnaba. Yo venía de pescar, así que cargaba la caja de madera, la caña, y una bolsa de plástico, con unos pocos pejerreyes, que pensaba guardar como carnada. Cuando ya había atravesado, una parte de la entrada, no me dí cuenta y lo tenía a mi lado. Era un hombre extraño, casi un andrajo, pero en lugar de pedirme dinero , me empezó a hablar de la pesca, y que el día no se prestaba, porque el viento venía del este. Yo me fuí como arriconando, contra la pared, lo que quería era llegar cuanto antes a la puerta. Le pregunté si quería plata, y me dijo, – Si pescó algo y puede dármelo..se lo agradezco. Le dí la bolsa, y se fué. Todavía sentía cuando abrí la puerta el olor a marea, mezclada con el alcohol, que despedía.
Cuando al otro día fuí con el grupo a la marina, comenté el incidente. Ahí entre ese mar embravecido, entre las rocas escuché la historia, que más que una semblanza, era una sucesión de datos. Casi todos lo conocían de vista, o de haber sido abordados, y a todos le pedía lo mismo, algunos pescados. En lo que coincidieron todos, era en el olor a alcohol que de él se desprendía, y que era evidente, que no lo llevaron preso, porque no molestaba a nadie con su mendigar .
Demoré más de un mes en volver a mi apartamento nuevamente. Cada vez espaciaba más las visitas, porque el trabajo me atrapaba en demasía, no estaba para vacacionar.
» El mar atrae, ese salitre que te da alcance, se introduce en los ojos, y llega a la garganta, y la espuma blanca que salpica, y muchas veces como ladrona ocupa la rambla y danza, con una música de hojas de palmeras, que le hacen reverencia. »
Esas son palabras de mi esposa, que no puede estar sin ver a sus amigas como les llama a las gaviotas . La llamo yo la novia de las olas, y ella me corrige, y dice que es » La amante, porque nunca se está totalmente segura a su lado.» Mi esposa fué maestra, y se nota su melancolía , extraña a sus niños, no tiene a quien educar, ella dice que perdió » El decir..el contar »
Una nochecita, cuando regresábamos, lo vimos, venía corriendo, la ropa al aire, el pelo largo y lacio, y los pies descalzos. Alto, un poco doblado haciéndole frente al viento. Un guiñapo corriendo, una silueta contra el fondo azul, un espantapájaros.. una sombra. » Un loco..dijo Elsa.. Un borracho dije yo..»
Hacía tanto frío que no me animé a ir a pescar, así que decidimos comprar unos bifes de pescadilla para la cena. Yo quería ir a cualquiera de los puestitos de la costa, el que estuviera abierto, porque en invierno, todo se pone a dormir, se aquieta, se llena de locales vacíos, con facturas en el suelo para pagar. Cierran los restoranes, se bajan las persianas, se apagan las vidrieras, y es el momento en que nos sentimos propietarios, del balneario.
» Esa punta que muerde el mar, de arena blanca, es dura marinera, como la roca gris que la contiene. Abanicada como niña antigua con hojas de palmeras que mueve el viento, es la de los cielos celestes, la del sol redondo de bandera, la de los inmensos jardines de verdor eternos, es en ese momento , – posesivamente.. nuestra. -»
Todo cerrado. Ya nos dábamos por resignados cuando vimos, una mesa y tres hombres limpiando pescado, evidentemente de su reciente captura..
– Mirá dijo Elsa, – que suerte, ese sí que debe ser bien fresco. Bajamos la escalera que une la rambla al comienzo de una de las marinas y ahí estaban tres hombres que tenían la ligereza de los magos. Limpiaban los pescados, y hacían los bifes, con tal presteza, que las asombradas gaviotas, en círculo en el agua les hacían el cortejo. Uno de los hombres era el mendigo. Ya había hecho el pedido y estaba pronto para pagar, sin mirarlo, cuando sentí la voz de mi mujer que le hablaba, con su voz fuerte y timbrada preguntándole…..
.- Tú, pero tú no sos el hijo de Clelia..?…Y cómo no contestaba, y seguía con su labor , cabeza gacha…
Viendo que no respondía uno de ellos contestó por él – Se llama Tilo…Se llama Tilo, porque siempre está nervioso, y le dicen.. Andá y tomate un Tilo…El que hizo la broma se río él sólo. Pero Elsa se plantó enfrente, y le dijo,
– Sos Ramón…Verdad..Ramón del Valle…
Esta vuelta nadie habló, solamente las rocas y el viento.. decían, mejor se van…
Ésta ida a la costa nos costó una de las tantas peleas que desde hace tiempo, tenía con Elsa. No sé si era ella que siempre tenía que agregar algo a lo que yo decía o era yo el que me estaba desgastando. El trabajo, la casa, la ausencia de nuestro hijo, no son excusas.
Algo nos pasaba, mucho nos unía, todo lo compartido, y tanto lo que nos separaba. Era la nuestra una relación de conocidos de hace mucho tiempo, de amantes ocasionales, y ante los demás pareja ejemplar.
Elsa aseguró, que el hombre, era el hijo de Clelia la directora, que se llamaba Ramón del Valle, y me habló de la escuela, y me dí cuenta que hacía mucho tiempo que ella se estaba alejando de mí .
Una mano la dibujada en cualquier pizarrón, con cualquier tiza.
Pasaron seis meses, y volví sólo, con deseos de olvidar a Elsa, de ver a mis amigos, y de pescar.
Sentía al llegar en los labios el salitre, ese que cierra heridas, el que hacer entornar los ojos. Todo el lugar es de pinos, de araucarias, de pinocha mezclada con hojas de eucaliptus, lugar vivificante como dice mi amigo Carlos.
Un anfitrión llamado sol, me esperaba con una cena bien servida, llena de tanza, boyas, riles, cañas, harina de pescado, y anzuelos.
Contratamos un barco para salir a pescar cerca de la isla Gorriti, pero nos faltaban dos días para hacerlo, y ése tiempo lo pensábamos completar con caminatas y pequeñas reuniones.
Con Carlos caminábamos como tantos por la rambla y me llamó la atención en uno de esos puestitos marineros, al costado del mostrador en una repisa de cristal, varios caracoles.
» No sé, porqué pero en ese momento pensé en mi amor, porque va ser siempre mi amor, el de la ternura, el de la espera, aunque la distancia, aquiete la pasión. Pensé en mi vida, pensé en el caracol,..
» Sus pliegues, los barrieron las infinitas olas, los pulió la arena, y los lustró la sal.» Elsa.
Compré el caracol, sabiendo que no es de nuestra costa. Eso no tiene importancia. Sirvió para saber algo más de alguien, aunque tan poco sé de mí.
Pasó corriendo, y le pregunté al vendedor si lo conocía..
– Al Tilo sí, hace años. Lo conozco desde que me vendía el pescado de sus barcos..
– El Tilo, tiene barcos?.
– Sí, ahora hace ya unos años, que los tiene guardados, porque antes no tomaba tanto, y tenía tripulación. Siempre fué muy nervioso, pero cuando empezó con la bebida se puso agresivo, y la gente no quiso salir más con él. En una trifulca con uno porque el Tilo le había prestado plata, y éste no la devolvía, el Chicharra le pegó un empujón al Tilo, y se hizo un tajo que le costó varios puntos , y no tuvo más remedio que guardarlos.. a los barcos..Dos espléndidos barcos.!! .
Mi amigo Carlos, como sabía de la historia agregó.. – Está loco verdad ?
El vendedor, viejo marinero, con el dedo índice, hizo un movimiento sobre su cabeza
– Creo que sí, debe ser la bebida, últimamente no hace más que correr, cree que es gaviota, y por momentos dice que es lobo de mar, y se pasa pidiendo la pesca de los otros, y se come los pescados crudos.
Carlos que siempre tiene sentido del humor agregó. – Pensar que nosotros pagamos por eso, y le llamamos Shushi.
A todo ésto, se había juntado un grupo de compradores, pero nadie, estaba apurado, estaban interesados en la historia de Tilo- Uno preguntó
– Dónde duerme. ? .El hombre contestó..
– En verano creo que entre las rocas, aquí cerquita, en invierno se va al puente ondulante donde tiene un refugio, donde antes se guardaban unos gomones. Se abriga con la ropa que le dan, nunca pide plata, sólo pescado. Se baña en el mar casi al amanecer, lo he visto, parece un lobo de verdad..!!
Dejamos el puesto, y la historia y seguimos comentando entre nosotros, que la locura lo llevó de ser hijo de una directora de un importante y exclusivo colegio, al bichicome de hoy..
Cruzó jadeante , los brazos curvados como un ánfora, la ropa en jirones, el pelo negro sobre los hombros, el bermuda dejaba ver las piernas firmes y flacas, y los pies descalzos. Los dos nos asombramos, porque huía y esquivaba con agilidad de pez, a la gente que pasaba. No sé si tropezó con algo, no sé porque en ese momento no lo miraba. Cayó sobre la acera, rebotó en el cordón y quedó en la calzada.
Carlos se acercó al momento y yo me quedé parado inútil, como una estaca . Se agrupó la gente, alguien llamó por celular y vino una emergencia móvil, y la policía. Carlos le hablaba. Se lo llevaron. El policía preguntaba si alguien sabía como se llamaba. Carlos respondió ,
– Le dicen Tilo, creo que se llama Ramón del Valle. Pregunte en el puesto de pescado..
Cuando se aquietó la escena, cuando dejó de ser ese el momento, le pregunté a mi amigo, que era lo que le decía el Tilo.. – Creo que de éste golpe se va a recuperar.. Sabés que le ví la cicatriz, al separársele el pelo, se la ví, la tiene en la frente, parecería que la dividiera en dos. La cara es feísima, porque tiene los ojos chiquitos y juntos..y la cicatiz.. – Está completamente loco sabés..Me dijo que corría para abrazar al viento..
Cuando llegué a casa, me sentía cansado, viejo, inútil, más sólo que nunca… El recibidor me devolvió la imágen en el espejo, y en ese momento yo fuí el mendicante.
En la cara el sudor tenía brillo de escamas, sofocado, sin branquias, incoherente, los ojos sin párpado, y los pies desnudos, sobre la blanca superficie del piso.
Fué en ese instante cuando llegó, e invadió todo, el olor inconfundible de la marea, mezclado con pócima de caña, y grapa…