Le decían Abril, porque nació en ese mes. Así de sencillo. Era la sombra en cualquier rincón. Menos que el perro cimarrón, al que llamaban Chino, porque a Chino no se lo podía tratar mal porque se abalanzaba y mordía.
De Abril, pasó como dicho de frontera a Abrí, y ahí quedó toda su documentación. Venía de una cocinera que llego a los pagos con carga. Cuando ya consideró suficiente, los años pasados ahí, se marchó sin decir nada. Ni siquiera a la niña que dejó. Se crió como un yuyo, de campo. Entre piedras, chircas, y pastizales.
Hacía lo que los demás consideraban despreciable y dentro de eso lo que podía su mente. Sacaba las grandes asaderas del horno a leña, esas que queman con solo mirarlas. Era la que cargaba la leña, para las estufas de la casa, la encargada de los orinales de la noche. El baño quedaba lejos de las piezas, y en las noches de frío nadie se movía de su cama.
Abrí de tanto andar sola, y casi sin saber hablar, era el ánima de la casa. A lo que le tenía miedo era a las amas. A la mayor si la veía de lejos, disparaba aunque la estuviera llamando.
A Ña Casilda, sí que la respetaba. Sabía que tenía unas piernas ágiles para correr y una mano pesada. Nunca pudo o no quiso llamarla Doña, y se quedó en la Ña..última sílaba.
Lo que siempre tenía era hambre. Le gustaba la fariña, los choclos dulces, y el ensopado. Le daban lo justo, y alguna vez, cuando hacía un favor especial a algún peón, se ligaba un dulce.
Estaba, porque todas las mañanas abría los ojos al amanecer y se dirigía al aljibe a buscar el agua fresca para la casa, y a la nochecita cansada, guardaba su cuerpo en un camastro, cerca del galpón de la peonada. Era cerril al extremo, y lo poco que comió en su vida sirvió para que quedara pequeña, menuda. Eso y que era negra, con mota apretada, fue su escudo para que pocos muy pocos y necesitados se animaran como decían entre los peones a » hincarle el diente »
Una tarde Ña Casilda entró furiosa con un balde en la mano y un bidón en la otra, a la habitación en que Abrí, terminaba de poner una jarra azul grande esmaltada con agua fresca. Fue tan rápida la Ña, que la agarró de las las motas y la cabeza entró en el balde y ahí, le desparramó el querosene., mientras furiosa le decía..- » Yo te voy a dar sucia, andar contagiando piojos, yo te voy a enseñar a tener el pelo limpio.»
Con esa hecha de palo de pique , no había nadie que se atreviera..Cuando consideró que la cabeza estaba lo suficientemente mojada como debía ser, dejó que Abrí levantara la cabeza; en ese interín, parte de la ropa ya estaba mojada. Cuando agarró una toalla, y se la dió para que se la pusiera en la cabeza, ya había colocado la silla de cardo y en ella sentada a prepo a Abrí por la Ña. » De acá no te movés hasta que vuelva y después vamos a ver cuantos piojos hay muertos.»
Pasaba el tiempo, y ahí estaba sentada, sedienta, a pesar de estar la jarra cerca con agua. La miraba con sus ojos enrojecidos, por el querosene, que se le fué escurriendo por el pelo. Esperaba, pero en un momento no pudo más, cansada de apretar sus muslos, el orín, se escurrió por la paja de totora y se formó un círculo alrededor de la silla. Cuando lo vea !..
Cuando entró, esta vez, la Ña llevaba el pelo envuelto en una toalla, olía a jabón, se lo había lavado . Traía en la mano un peine finito hecho de asta, y en la boca esa sonrisa blanca, que si ella no fuera tan mala sería hasta linda. » Ahora vamos a ver «- Pero no vió o no miró al piso, y Abrí no habló, porque casi no sabía como decir, que no pudo, aguantar tanto rato..
La chancleta patinó, en lo mojado y Ña Casilda con tal mala suerte, que pegó en la punta de la mesa, en la que estaba la jarra, y quedó tan larga era en el piso de ladrillo.
Abrí, empezó a reir..se reía tanto,.. tanto.. mientras se agarraba la barriga con las manos.. rió hasta las lágrimas…hasta que se dió cuenta que …tenía que ayudar. La quiso levantar de los brazos, y no pudo…pesaba más que la leña,.. la quería sentar…pero era peor que subir el recado del capataz para ensillar el caballo, tanta fuerza hizo, hasta que se dió cuenta, que se había..desgraciado arriba de la falda de Ña Casilda.
Con un gesto entre tierno e infantil, como su mente, con la misma toalla con la que envolvieron sus motas, la quisó limpiar, y aunó dos o tres olores fétidos sobre la falda..
Cuando volvió en sí…no entendía nada…Abrí tenía la cara sonriente, las motas brillantes, y en una mano la jarra con agua, con la que le estaba mojando la falda. Ella estaba en el suelo toda empapada, y ese olor repugnante, mezcla de bosta, orín,.. ella olía a establo..!!
La cara que se le acercaba, con el pelo cerrado y negro como la noche…que olía a piojos muertos.
Por un momento Abril .. recuperó el nombre completo, fue libre…y empezó a reir nuevamente…esta vez.. de que..solo ella lo sabía…