» Con los húmedos ojos de lumbre incierta,
por donde huyen los últimos sueños de la mañana «
Julio Herrera y Reissig.
Destrabó los postigones, el sol de otoño la dibujó con su luz.
Sus grandes ojos pardos hermosos se vieron, poblados de ensueños.
Abrió de par en par la puerta, aventó los presagios y fueron suyos , los dorados árboles, el humus de sus caídas hojas .
Se agrietó el recuerdo, hendió la ausencia.
Miró cautelosa la cama vacía , y añoró el amor de los pasados días.
Sintió el vientre pesado. Sus pechos grandes, daban la justa redondez de la fruta madura.
Cuando se oculte el sol, vendrá a buscarla el coche, la aguarda el pueblo. La esperan, las bocas que no callan, las miradas torvas. El juicio ajeno.
Caminó lentamente hacia el árbol, se sentía raíz, plena como mujer que ha dejado de ser niña.
Apoyó sus manos en el bajo vientre, sintió el palpitar del ave, la que busca el nido, la que llama al macho.
Ahogó su voz, la dejó casi susurro, entrecerró los ojos, sintió un dolor de desgarro, muy largo . Tan profundo…
Y en el atardecer, en el viaje de rosas y de grices, mordió la boca, la dejó sin besos, abrió su túnel .
En cálido latido, fué el llanto como arrullo.
La llenó el fulgor, la claridad fué suya, y en la seda de la pequeña mano,
su cántaro vacío, se colmó, se desbordó, desconoció el límite.