Cardando.

Para Fio.

Cuento breve.

En el bicentenario.


Desde la cumbrera un círculo de luz  baja y  se hace  blanco  cuando llega  al vellón

El pelo era como la lana, blanco y gris, sujeto en dos trenzas, que caracoleaban alrededor de las orejas, asidos con dos pinchos de guampa.

Vestida de señora sin serlo, pechera con tablitas, hormillas en hilera, mangas largas enrrolladas en el codo, y el traje sujeto en cinto tejido. El traje usado por alguien, más vieja, más gorda. Impreciso el color, entre gris, azul, o negro. Formaba hondos pliegues la tela de la falda ante la carencia de la enagua.  Herencia de pobre, como los zapatos, más chicos que los pies que dejaban al desnudo sin ningún pudor los curtidos talones.

Separaba a mano la lana, y con un peine formado por  clavos y una madera ancha que sobresalía de la palma, hacía las tiras largas y  finas.

Las hebras hacían surco, con filo en sus  manos.

Sentada en una silla petisa, matera, de madera y cuero,  estira las piernas agarrotadas. Se masajea, el pie y  la pierna izquierda, que está hinchada. El talón resbala en el piso de ladrillos. Un lujo de piso, colocado formando espiga. Se había ido gastando en el centro, algunos ladrillos perdieron la argamasa, y se juntaba la tierra, formando musgo.. Piso barrido con hojas formando escoba, en palo de anacahuita.  Se terminaba en los escalones de madera dura donde está la puerta.. Una pieza hecha para depósito y dormitorio.

Se detiene, descansa un poco  y sigue con la mano cardando a un ritmo monótono, con la vista fija, en el aro de luz, y en los tirantes del techo llenitos de arañas galponeras.

Lana agrisada y sucia, a los costados. Contra la pared,  desde tendederos formados por cañas, hay vellones limpios, para hacer colchones, mantas,  ponchos, cintas, almohadas.

Entró Perico, y Lucila ni lo sintió. La puerta de tablones, no hizo ruido y los pies sin zapatos tampoco.

Viejo ladino, lo hizo con toda maña. Pelo »  chuzo «, ojos oblicuos, que los años frucieron y dejaron como rayas en la cara. Flaco, enjuto, vestido con jergas,  parecía un pique de lapacho,  «escoriado »

Cuando vió la sombra y sintió el olor, la mujer supo, quien era,  giró y furiosa le dijo

– Otra vuelta así, y te lo clavo, amenazó con el peine, que le pasó cerquita a Perico.

– Basta mujer, sólo vine a contarte lo que le oí a Gerónimo el que  limpia en la casa del cura.  Me  dijo él…

– No me importa. Estoy por terminar. Dejaste la puerta abierta, y además hueles a piara de cerdos. La Lucila giró la cabeza, no lo quería ni mirar.

– Ya me voy … Sólo que te quería decir que tu misi, vende a la Rosa…y dicen que puso un aviso en el diario. La voz  pasaba sumbando, con chistido.

– Por hablar, por ver si tengo comida para darte, entrás donde » naide » te mandó. Mirá si va a vender a la que cocina lindo. La que es sana, no como yo que ahora me duelen las piernas y no puedo hacer los trabajos de la casa.

– A voz no te puede vender, no sos negra, no sos esclava.

– No mientas Perico, que vas a saber del diario si no sabes leer.

– A Gerónimo se lo dijo el sacristán, y se lo contó uno de la imprenta al Sacristán. Mirá si el que escribe las letras con tinta no va a saber.!

– Te gusta engañar, porque sí. No  te van  a conchavar, vas a pasar hambre.  Sabés que tengo casa, comida. Estoy vestida por la misia . Y ahora me ves haciendo almohadas, y te da envidia, porque no tenés cuarto, ni poncho, ni faja, ni almohada.

Tomó aliento y su voz potente, se hizo eco, pegó en la ventana, rebotó en el catre, se hizo luz en el agua de  la palangana, dió  un giro y cayó como  » refusilo » en la cara del visitante.

– Vaya viejo… qué malo, andar llevando por ahí los granos, para que todos hablen como cotorras. Así la Rosa se va a poner triste, va a llorar. Sabés como la quiere la patrona!

–  Si la querrá, que puso el aviso llorando, y dijo que lo hacía porque se había quedado sin plata, y que si no arreglaba pronto, hasta sin casa, se quedaba. Sabés cuanto pide por la Rosa, 380 pesos ? Yo te vine a avisar…

Ahora la palabra se iba apagando, era casi un susurro..

– Pero acordate…ya estás medio pasada, pero sé que a Benancio el panadero, no le vendría mal una galleta dura… una criolla…

– Andate viejo, salí prontito, no quiero recados de lechuza y llevate la mugre que tenés puesta y cuando te vayas cerrá la puerta.

Ahí quedó Lucila con los dichos  dándole vueltas. Sus ojos castaños, parecían divisar algo desconocido….Un mundo con monedas… Con tanta plata!..  no sabía cuanta era, pero si se podía vender a alguien como la Rosa, era mucha plata..

A ella no la podían vender…no era esclava…

Se persignó, había dejado en tela finita de araña culona todos sus espacios de libertad, para ganar tan magro y mísero piso, el que ocupaban dos pies y un catre.

Esta vez, sonaron los tablones, y un sollozo ahogado lo cubrió una almohada cardada a mano, lavada en piletón,  secada sobre hurdimbre de  cañas, soñada en cabeza de china vieja, que tenía cuarenta y cuatro años, y pocos dientes para morder la angustia.

Secuestro Express

La calle de adoquines, las casas chatas, simples, casi todas de una planta,  muchas iguales. Un barrio como hay muchos. Nadie era rico. Nadie era pobre, o si lo era lo disimulaba. Un barrio de medianía ,  quieto,  tranquilo, que se despertaba brevemente con el ladrido de algún perro.  Mucho para ser feliz.  Barrio de vecinas, que cuentan historias ajenas como propias , de teleteatro, de mate a la tarde, de tortas fritas el día de lluvia, de ñoquis los veintinueve, de crochet, de almacén, de feria semanal. Barrio de quiniela. Lindo barrio para ser niño, y jugar en la calle casi sin autos, o para ser viejo porque aquí no había apuro, todo era lento, somnoliento.

Amalia tenía una casa blanca bastante cuidada. Demasiada casa, y hasta un lujo para una sola persona.  En el barrio la conocían porque su dueña siempre estaba sentada detrás de la ventana. El muchachito de la provisión le traía el pedido, y lo atendía por el balcón. Una vez por mes salía de la casa y todos suponían que iba a cobrar alguna pensión. Alguna vez, paraba un auto y bajaban dos mujeres tan añosas  como Amalia. Todos suponían que eran familiares. Todos imaginaban . Nadie sabía nada , porque dentro del barrio, pasó de ser vecina, a ser un ornamento un  dintel de  la ventana y de la puerta siempre cerrada. Vida oscura, para una casa blanca.

Enrique compró un terreno, en la zona y construyó un galpón . Ahí instaló un  garage y taller de autos. Estaba muy cerca de la casa de Amalia, a una cuadra. Pero como todos, la vió y supo de ella a través de la ventana.

A Enrique le iba bastante bien. Cumplidor era, pero se tomaba su tiempo.  Gran conversador, animador de asados, espléndido imitador. Se fué haciendo de un pequeño capital, y logró tener tres ayudantes. Bueno, de tres digamos que se hacía uno y medio. Eran botijas, que estaban más para el candombe, que para las tuercas. Pero los fué llevando.

Era un jueves de llovizna finita, cuando se hacen charquitos, entre los adoquines, y los chiquilines juegan a ensuciarse. En el taller tenían un auto para arreglar. Más que un arreglo era un exámen. Un auto viejo, que estaba más para chatarra, que para salir andando. Enrique dejaba vivir,  los chiquilines,  se reían desarmando y él se fué hasta el portón a tomar mate.

Cuando la vió venir, le costó reconocerla. Un saco grande la cubría y era tan bajita, apoyada en un bastón, un poco más pequeño que ella, y un paragua inmenso. Se parecía a un hongo.
Era la vieja Amalia, y venía hacia  él, casi tira el termo.!

Con un saludo de buenas tardes, la vieja se fué derechito al grano.
– Mire tengo dos gallinas y un gallo, y como no puedo más con ellos, se los doy. Eso sí , usted las retira ahora, y son suyos.
Enrique se la quedó mirando con lástima. Pensó en una abuela que no tenía, en la suegra, aunque nunca se había casado, en la prima Eulalia, la que hacía como veinte años que no veía, y en última instancia, en un puchero con fariña.
– Tiene que ser hoy, ahora, porque está lloviznando ?.
– Ahora.  No ve que no hay nadie en la calle? Agregando son dos preciosas gallinas y un gallo de riña.
– Espere voy a buscar algo donde ponerlos. No terminó de decir ésto cuando la vieja empezó a caminar. Enrique tomó una bolsa, bastante manchada con grasa, y agarró una vara cortita de hierro para empujar, y medio apurado alcanzó a Amalia.

Cuando entró, se sentía casi Solís en el  Río de la Plata . Sacó sus ideas de la cabeza, porque a Solís lo mataron en cuanto llegó a la orilla. La casa era tan blanca como por fuera, casi sin muebles, y mucha luz que venía de la claraboya.  Linda casa pensó y se lo dijo a la dueña.
– Era de mis padres, ellos la construyeron. Lo dijo con dejo irónico, frunciendo la boca,  agregando  cuando la zona era respetable.
Siguieron atravesando un corredor a donde daban puertas cerradas, y llegaron a una amplia cocina comedor. Ahí por una puerta de hierro, bajando dos escalones se llegaba al jardín. Un camino de baldosas, lo dividía, y ahí vió Enrique, que a la izquierda, tenía plantadas  semillas, en envases de plástico, y cubiertas para su protección con una pequeña enramada, y del lado derecho tenía una pequeñísima huerta compuesta  de acelgas, lechugas, perejil, algún morrón, y una o dos tomateras.
Con asombro Enrique le preguntó cuando trabajaba la tierra y la mujer le contestó.
– De mañana tempranito, cuando los demás duermen.  Le decía haragán sin decírcelo, mirandole la abultada barriga.

Llegaron a la jaula entre hierros palos e hiedra, situada bien al fondo, y entraron.
Ahí estaban dos gallinas, si a eso se le puede llamar gallinas.  Flacas, peladas con el cogote sangrante, mientras un gallo agresivo, con muchos colores, y más nervios que pinta , daba vueltas, y agredía a la gallinas a picotazo limpio.
– Las gallinas están heridas, le faltan plumas, y el gallo me parece medio loco. Instintivamente su mano se fué para el varal.
– Lo que pasa dijo con toda tranquilidad doña Amalia, es que las gallinas tienen piojillos, y el gallo las ayuda a sacárselos.
– Vaya ayuda, dijo Enrique.  Parece violencia doméstica.
– Bueno dele, ahora que dejó de chispear. Abra la bolsa y yo lo ayudo.
Enrique no podía creer lo que estaba pasando, pero se encontraba ahí, para poner dos gallinas apestadas, dentro de una bolsa, ayudado por una vieja desconocida, en el medio de un barro de novela, que se le pegaba a los championes  y estando el podrido gallinero  bastante resbaladizo.

La vieja  le hizo el verso, le hizo creer que se le acababa la  batería.!

Las gallinas entraron rapidamente, y se le puso un pedazo de ladrillo a la boca de la bolsa para que no escaparan.  Pero para el gallo no había modo, hasta que Amalia trajo una caja de cartón, y entre picotazos, entró el desgraciado. Parecía o sentía Enrique que aquello era similar  a El Padrino,  el gallo para él pertenecía a la mafia siciliana.
Así salió Enrique de la Casa Blanca, cuya puerta se cerró al instante,  con una bolsa manchada de grasa que se movía convulsivamante, una vara de hierro que no servía ni para bastón, y con una caja de cartón atada con una piola, por la que de unos de sus extremos, salía un pico curvo.
Empezó a lloviznar nuevamente, pasó rapidamente su portón, no fuera que lo vieran los vecinos o los muchachos, y al otro día los tenía bailando con el plumero, con el que hacían que limpiaban los autos.


Se acordó del tango » Pucherito de gallina con viejo vino Carlón »  Solamente que él  no sabía cantar como  Edmundo Rivero.  A él le cantaron el » 5  de Oro » o la aproximación.
Quería y no sabía donde tirar la carga.  Fué cuando pensó, en la Asociación   de Floristas.  Ahí todos los jueves, había remate. Venta y compra de flores.
Empezó a sentir una picazón, que le iba desde los dedos de las manos y le subía hasta el cuello. Se acordó de la vieja Amalia, en inglés y en francés, lo bueno era que no sabía esos idiomas. Lo que no podía hacer era algo sencillo como rascarse.

Entró a lo zorro.  Estaban todos lejos, entretenidos, escuchando el remate. Menos mal !  En uno de sus costados contra la pared de ladrillos, entre piletones, y canillas goteando,  se amontonaban pedazos de hojas, tallos, flores marchitas, varios papeles, cajas de cartón y plásticos.

Todo descartable.
Enrique se sintió, héroe, liberador de los oprimidos, un secuestrador redimido.

Salieron dando tumbos las famélicas gallinas, mojadas, enceradas, parecían más pequeñas, diría juguetitos de baquelita y las pobres, sin cacareo alguno, creyeron estar en el paraíso, y se pusieron a  cenar  con lo que encontraron.
Con el gallo, la cosa fué diferente.

El hilo, se trancó en la moña, es que la vieja lo había atadado como para regalo.  De verdad, para sacar un ojo, seguro que lo hacía gratis. Así que pensó,…- abro la caja, y si se pone fiero, » le doy con el fierro »
Se liberaron las tapas y vió , un gallo mareado,  con media cola,  caminando como sobre adoquines, hasta zambo  era el ladino,!! … y se fue…  bailando un Pericón con relaciones.
Se colocó debajo del brazo la bolsa aceitada como, prueba del delito, y dejó a los secuestrados, entre flores,  con alimento, y sin pedir auxilio.

Como broma ya que los plumíferos  no lo hacían empezó a imitar el cacareo , y a rascarse de lo lindo..

Apurado quiso  abrir la puerta  chica, y se dió cuenta que estaba trancada.

Sintió un ruidito que lo hizo mirar para arriba, ahí estaba una cámara controlando la Asociación,  y debajo un cartel que decía » Para salir llame » y pegado en la  chapa verde  del portón un anuncio grande que decía » Sonría lo estamos grabando »

Candela.

No acostumbro, a escribir de ésta manera, pero fué tan terrible el caso de ésta niña, de once años, secuestrada, dañada, asesinada, colocada en una bolsa de nylon, tirada al costado de la carretera, en la localidad de Morón, Buenos Aires. Vivió siete días, antes de que la mataran.

Perdonen..Ésta es mi rebeldía, formada en palabras.

Candela.. …significa luz.

 

Hoy nace  un grito.

No tiene  luz, es un grito oscuro que se quiebra en la garganta.

No tiene límites, viaja en el aire, lo lleva el viento, lo oyes tú que estás lejos, lo sientes , lo palpas.

Es la mirada extraviada, la mirada cuajada de lágrimas, es el tajo infame que abre  el alma.

Hoy se siente  un grito.

Es un grito  desnudo, color de sangre. Tiene sabor de infancia, inocencia de santa

Hoy se llama Candela, no sé como se llamará mañana.

Es un grito de niña, de  hija , de madre , de abuela, de amiga,  de hermana

Es la amada , de alguién que olvidó sus alas, ayúdala  a encontrar la luz..a buscar la calma..

Se apagó su alma, y vaga en busca de la cuna, que mece su madre, donde está la llama.

Hoy nace un grito .

No tiene  luz, es un grito oscuro que se quiebra en la garganta.