Cuando Ifrán quiso cerrar el porche de entrada y el patio trasero con baldosas o piedra laja, le pidieron tanto dinero que le resultó imposible.
Consiguió muy barato unos tablones anchos de madera, para poner a la entrada. El mismo vendedor le dijo
– Píntelos con aceite de linaza, y no los ponga muy pegado al piso porque la humedad, hace estragos. Tiene piso para dos o tres años, después las tablas se rajan si las pisa seguido, y al final son peligrosas, se forman cuñas.
– Tres años es tiempo. Me alcanza para ir juntando.
Le dió mucho trabajo el bendito piso, a puro serrucho y clavo lo levantó como diez centímetro. Le quedó como una cajita de madera, si se miraba de costado. Cuando se dió cuenta que el sol empezaba a torcer las tablas , le hizo como una marquesina, un resguardo, un techito con una chapa. Todo era transitorio, hasta que consiguiera la plata. Un mamarracho dirían los vecinos.
Lo que le gustaba a Ifrán era sacar la mecedora, y a la tardecita mate en mano, ver pasar la gente.
Ifran con poca escolaridad, era limpiador de una empresa, que tenía a cargo el mantenimiento del edificio de un Ministerio. Más modesto imposible. Lo que tenía era la casa. Primero se la prestó un tío, y después se la dejó de herencia. La pequeña vivienda la mantuvo limpia, y prolija.
Pero para él lo que le faltaba era tener donde colocar la mecedora. Era una pieza de madera, con el respaldo esterillado. El tío le dijo que pertenecía a su madre, es decir a la abuela de Ifrán. Sea por eso, o porque era cómoda, o porque le gustaba hamacarse, la sacó a tomar aire y a bambolearse sólo de tardecita, un rato antes de irse a trabajar . La cuidaba como a una niña pequeña.
Los tres años, fueron alargándose y lo transitorio fué definitivo. A la falta de dinero se le sumaron canas,y crujieron huesos .
Bastante hacía levantando baldes con agua jabonosa, recogiendo papeleras, puchos, sacando bolsas enormes de basura, cuando no los baños, y sus paredes escritas, con groserías o bobadas. Lavó tantas veces los corredores, que sabía hasta las depresiones que se formaban al llegar a las puertas, y donde se ensuciaba más porque el público, ponía el taco del zapato y se apoyaba en las paredes. Nunca vió al público
Conocía por dentro cada despacho, sabía que el director tal o cual, era el que llevaba el sillón para atrás hasta marcar la moquete, formando un círculo. O aquel que recibía tanta gente, que el desgaste se hacía en fila, como si entraran de a uno.
Sabía cuantas tazas de café se tomaban,o cuantas botellas tiraban los turnos, quien dejaba el escritorio sin expedientes, y aquel que no dejaba espacio, ni para mirar. Sabía como olía cada división cada simple despacho. Conocía cuando había un cumpleaños en las secciones,porque la papelera se llenaba de cintas, cajas, papeles de regalo.Un día encontró en unade ellas un llavero con un pequeño osito, con dos llaves de candado.
Puso el osito sobre el escritorio, y escribió unas líneas. – Espero que sea suyo. Al otro día había un pedazo de torta, y debajo un papel que decía – Muchas gracias. Que le agrade la torta de mi cumpleaños..
Tenía el trabajo y su casa, poca cosa más. Por eso se quedó tantos días pensando como sería la simpática señorita del llavero.
Un día cuando fué a recoger la canasta de la correspondencia, del despacho del director para entregarla en portería, cosa que hacía todos los días, encontró en un rincón una pulsera. Le pareció extraño, porque el turno anterior había lavado todo y no vió ésto. Pensó así es como limpian !
La pulsera era de plata tenía una filigrana y cada tanto una piedra turquesa. Ifrán no sabía ni de pulseras, ni de valores de las mismas. Le extrañó porque ahí solamente trabajaba el director general, y en un corredor a donde daban las otras puertas, estaban las secretarias.
Pudo haber entregado la pulsera en portería , o haberle comentado al encargado del turno su hallazgo, pero se le ocurrió hacerlo personalmente con el director general. No lo conocía.
Si lo hizo para lograr un reconocimiento, o por curiosidad, o por miedo que la pulsera se la quedara alguno, no lo sé.
Antes de la cinco de la tarde se anunció con una de las secretarias, a la que nunca había visto, pero él la reconocía, ella era la que se ponía un perfume denso, que dejaba el olor hasta en el asiento de cuerina. No le dijo quien era, y ella no lo dejó pasar. – Qué está en una reunión. – Qué usted puede decirme su problema. – Qué le doy cita para el mes que viene…
Hizo algo simple, esperó en una curva del corredor, donde había un pequeño armarito, y se guardaban implementos de limpieza, por cualquier emergencia. Sencillamente esperó a que la puerta se abriera y saliera la persona que estaba adentro.
Ifrán sólo dijo – Señor director. Cuando el hombre relativamente jóven se dió vuelta, supo que había encontrado a la persona que quería.
Ahí le explicó quien era, y su hallazgo. Puso la pulsera en la mano del director y vió como se movió, molesto . En lugar de agradecimiento, sintió la sensación de alguien que conocía la pulsera y a su dueña.
Con un simple. – Muchas gracias, lo tendré en cuenta, se cerró la puerta.
Antes de fin de mes la empresa para la que trabajaba Ifrán lo llamó para decirle que estaban en un plan de achique, y que todas las personas que tenían años para jubilarse, lo debían hacer. Que por su buen desempeño como una excepción le iban a dar un premio en dinero. Así que no comentara con nadie lo del incentivo. Es para el año entrante, le estamos avisando con quince días de anticipación. En personal tienen su carpeta,y lo felicitamos por su cumplimiento. Unas palmadas en la espalda y se acabó la conversación.
Ifrán marchó para su casa, faltaban quince días para terminar el año 2001. Pensó que el año entrante sería mejor, con la plata que le iban a dar podría hacer el piso.
Después con los días empezó a ver más claro: Por querer entregar lo encontrado, por comedido, por honrado, perdió el empleo. Estaba por irse, pero no es lo mismo a que le digan, – El mes que viene se jubila. Jubilación de prepo, pura pechera.
Había sido testigo sin querer, sin ver, sin presumir, sin comentarlo con nadie, de una aventura, que no convenía que se supiera.
El hilo se cortó por el lugar más fino.
La crisis, cerró el círculo.
La mecedora ya no se entra. Le habla a la noche y ella le dice que no tema, y la luna la viste, le deja una pátina grisácea, que le da una distinción que no condice con el entorno..
Pero para Ifrán es su porche, es su rum rum que lo adormece, acuna a su mate, y le comenta su soledad, mientras ve pasar la gente apurada, para comprar, para trabajar, para pasear, indiferente a todo.
Las cuñas son vértices que lastiman,
Su utilidad no tiene fin, sirve para encajar dos piezas, mantenerlas separadas, fijarlas….
Las tablas se van separando, hay muchas rajadas, otras no guardan compostura y se mueven de lugar, se quejan con los pasos, los extremos se transformaron en cuñas. Le falta aceite y ha durado mucho más de lo anunciado.
Muchos de nosotros a igual que Ifrán nos hamacamos , en pisos semejantes, y sin querer o queriendo llevamos nuestro propio grillo.
En algunos casos puede ser una pulsera de plata, una filigrana…