Usos y Costumbres.
Sucedió que la gente dejó de confiar en el ferrocarril , cada vez en peor estado, más lento, y menos cumplidor en el horario. Los trabajadores, empezaron a traslarse de otra forma. La mayoría que hacía trechos cortos, dejó el ferrocarril, y empezó a comprar bicicletas, motocicletas o subir a omnibus interdepartamentales.. Pasó algo muy simple, en la estación se empezaron a vender menos boletos, y aquella fila larga que hacía el viaje hasta el centro de la ciudad, fué languideciéndo y terminó en unos pocos.
Víctor vió, palpó lo que sucedía, lo comentó en la casa y los tres su mujer y sus hijos, pensaron o le dijeron…» se va a arreglar, va a pasar, seguro como el ferrocarril no hay nada.»
La nada vino, empezaron a mandar a otras oficinas a los empleados administrativos. Practicamente dejaron los imprescindibles. Casi todos los que se quedaron eran del taller.
– No creo que te toque a tí ir a otra oficina, siempre va tener que existir alguien que venda los boletos del tren. Sin boletos, no hay boletería, no hay caja, no hay estación.
La estación quedó, pero el tren se salteó esa parada, y a Víctor lo mandaron como excedentario para la casa.
Excedentario ?
Ni la palabra conocían. Víctor explicó. – Me dijeron que cuando encuentren un lugar voy a ir a trabajar. Que buscaron pero no lo hallaron , porque boleterías hay muy pocas en la Administración.
– Mientras lo buscan estoy en casa con el mismo sueldo. Hay una bolsa con todos los trabajadores en la misma situación.
– Con el mismo sueldo y sin hacer nada ? Éso es ser excedentario ? Estás en una bolsa ?
Después de más de treinta años, en que su mundo consistió, en una ventanilla con barrotes, un pequeño mostrador con tres cajones, un banco alto y un minúsculo perchero, sintiendo arriba de su cabeza su techo de dolmenit, la lluvia, el sol quemante, el frío y el viento a estar en la casa como un tábano haciendo ruido sin servir para nada, trajo más problemas que beneficios.
Corina era unos años mayor que su marido, pero tenía un empuje, una vitalidad que la hacía incansable. Hacía viandas para tres bares, y cuando su hijo Omar no tenía tanto trabajo en la farmacia donde era cadete, esperaba a la hora que que salía el tren y les vendía las viandas a los que esperaban. Lo de las viandas del tren se acabó el mismo día en que Víctor llegó a la casa, y el reparto a los bares, lo empezó a hacer Víctor a pié, porque no sabía andar en bicicleta. Iba y volvía sudando, empezando que no estaba acostumbrado a caminar, y casi no conocía las calles por las que transitaba.
Su mujer Corina le reprochaba, – Éso te pasó por hacer tantas horas extras, siempre encerrado en la jaula, pendiente del cambio..te olvidabas hasta del día que te casaste…y otros rezongos por el estilo.
Pasaron los meses y no había noticias. Fué y habló con el encargado, de los excedentarios, porque el director de Recursos Humanos, aceptó un incentivo y se jubiló. Lo único que le supo decir fué :- Estamos buscando. Lo que hay es en el departamento de Durazno, así que tendría que salir de la ciudad e instalarse allá.
– De éso ni hablar, dijo Corina. Y contrario a lo que se veía en la casa, empezó a temer que su marido aceptara y se fuera. Quedarse sóla con Víctor, sin Omar, y no ver a sus nietos chicos y a su hija Viviana ni pensarlo.
A partir de ahí, cómo una pequeña revancha, al encargado de los excedentarios, lo llamaron el hombre de la bolsa.
Víctor hacía pocas salidas y Corina sabía que iba hasta la estación, porque un día sin querer dijo – Cómo está de abandonada, completamente dejada a la mano de Dios.
Corina le replicaba, no sos el que va a arreglarla, si hasta mandaron a la bolsa, a los limpiadores. Fuiste para ver tu jaula.! Estás sin andén.!
– Jaula no, boletería. No te olvides que te casaste con un boletero que ahora es boleta. Todavía tengo mi propio andén.
Un día Corina y al siguiente, observó que Víctor hacía un gesto con la mano, repetitivo, pasaba varias veces el dedo pulgar por el del medio, como si estuviera contando dinero, o boletos. Lo comentó con su hija, y de acuerdo las dos pensaron que dándole algo para que lo tuviera en la mano ya se resolvía el problema. Pero al darle una jarrita comprobaron cómo Víctor la acariciaba del mismo modo.
También movía la cabeza y la bajaba continuamente, miraba un tique imaginario y daba el cambio.
Pasado el tiempo Víctor empezó a hablar solo .- Cambio por favor, o – sale a la siete y cuarenta y cinco, o – por favor hagan cola..- hay lugar..- señor no tiene vuelto?..
No pudo salir sólo a hacer el reparto de las viandas, ahora venía un chico de uno de los bares y las repartía pero Víctor empezó a confundirlo, y a decir casi gritando
– Viene el hombre de la bolsa.!
No supieron cuando fué que todo se vino barranca abajo, lo que sí supieron que las situaciones engorrosas se hicieron habituales. Ahí fué cuando Corina se subíó al andén de su marido, para siempre.
Empezó a sentarse en el lugar de la cocina frente al pasa platos, se vé que le hacía acordar a la ventanilla. Para que tuviera la mano ocupada su hija Viviana le compró boletos de juguete, y llegó al límite cuando en carnaval llegaron los nietos de cinco y siete años con pitos.
Fué cuando Corina colocó la campana de bronce, que compró en un anticuario, cuando deshicieron la Estación Central, y la colgó en un tirante de la puerta del líving y empezó a hacerla sonar.
Los chiquilines y Viviana, hacían trencito por la casa, atrastrando los piés y haciendo adiós con unas servilletas y la abuela dando campanadas.
Los niños no se querían ir de casa de los abuelos, que sabían tener una estación propia, con boletero y todo.! Hacían que le daban dinero a Víctor y el les daba el boleto, y les pedía cambio.
Los abuelos vagones, les decían,y Viviana comentaba las estaciones…Toledo..Manga…
Víctor se puso tan contento !
Entre pitos, campanas, su propia ventanilla, Víctor veía pasar el tren, aunque los vecinos comentaban asustados.
– La familia se volvió loca, antes no se sentían y ahora dan unos campanazos cada hora que sobresaltan a cualquiera, cuando no con pitos, sí hasta el chico de las viandas, estira las manos y sale volando con el pedido.
Víctor siguió viendo pasar el tren, hasta que pasó de excedentario a jubilado, y ése trámite duró cinco años.. Es más lo sigue viendo arrancar, solamente que ahora para horror de los vecinos, hay dos luces de colores en el porche de entrada , una roja y otra verde, es para bajar o subir la barrera.
Serán dos chiflados, los abuelos vagones, pero encontraron su propio andén. Nunca se quisieron tanto como ahora ! Es porque comparten la última estación, en la que el tren para, y donde siempre hay cambio para dar.