Contestando a Mauro.

No es su nombre, lo elegí al azar, me pidió privacidad con respecto a su identidad..

El email llegó, y yo no tenía idea quien era el que me lo enviaba. Dice que de casualidad viendo un Power Point mío,  llegó hasta mi correo electrónico. No lo dudo. Me cuenta al principio muchas cosas de su vida, de sus logros, de su traslado a Estados Unidos, de los cambios que realizó en diferentes estados, hasta que se estableció en Miami, y de  su complicado divorcio.Una conversación sumamente agradable, de un hombre mayor, profesional y jubilado. Entre otras cosas me pregunta la situación del país, la vivienda, la educación superior, los balnearios, la ciudad.  Hasta ahí todo iba bastante bien, si yo supiera quien era.

Cuando comenzó a detallarme los salones del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, se empezó a ver el cielo. Todavía estaba tamizado, mucho tiempo pasado hicieron crecer los árboles, y las ramas y sus hojas dejaron a cubierto la memoria.

Fuí seis gloriosos años a ese viejo Instituto, pero él me habla de la última etapa, los dos últimos años antes de entrar a facultad,y en especial de las prácticos de química. Del patio, de sus plantas, de la escalera que llevaba a los salones donde se daban los prácticos, de física y de química.

Resumiendo, Mauro era estudiante de otro grupo, nunca fue compañero mío. Lo que sucedía y ahora que el me hizo acuerdo, juntaban dos grupos por cada práctico. Otras épocas y clases de veinte y pocos  alumnos.

Un día en esos salones, de largas mesas de mármol, donde nos reuníamos, para hacer los prácticos, una sustancia se fué derramando, y cayó como un pequeño chorro sobre mis sandalias. Eso sí que lo recuerdo, con un papel sequé el calzado y no pasó nada más. Los otros alumnos limpiaron la mesa y el profesor siguió sin enterarse escribiendo fórmulas en el pizarrón que estaba ubicado al costado del salón.

Al salir de clase, un jóven me pidió disculpas, Ése jóven era Mauro.

– Perdona fué sin querer.

– No te preocupes no fué nada.

Cada vez que nos encontrábamos de casualidad, volvía repetirme los mismo

– Perdona fué sin querer.

Lo que sucedió es que yo no le contesté más, porque ese líquido indefenso, incoloro, donde cayó me dejó las tiras de las sandalias de un color blancuzco, es decir me las estropeó. Mis negras y lindas sandalias!

Ahora como  un revival, llegan a mi memoria y creo verlo, alto muy alto, el que me leía las listas que se colocaban en las carteleras con las fechas de los exámenes, y también creo reconocerlo, en algunos exámenes.

 Puede ser que hayamos dado juntos Historia Natural, ahora que…    me digas Mauro que la bolilla que me tocó era Quelonios, me superó.

 Sabes , muchas cosas aprendí en esos seis años, algunas  importantes y otras que no me sirvieron para nada.

 Creo que tú aprovechaste mejor que yo todos esos grandes profesores que tuvimos, como Bugalance y Capra en Química, el dúo dinámico, Alma Acosta de Anzola, la que se ponía esas gasas en la cabeza, que la hacían parecer una musulmana ,  la Filosofía y Benvenuto, su  carraspera y su tos de empedernido fumador. Y el impagable Tourrelles y su ojo de vidrio, en Física. El que nos trataba mal, porque decía que no sabíamos matemática como los de ingeniería. Él me preguntó en un exámen

– Dígame señorita la velocidad de un proyectil dirigido hacia arriba.

No me digas que estabas en el salón cuando la pregunta !

Te quiero comentar que el saber la repuesta no me sirvió para nada, no me contrataron de la N.A.S.A.

Me hablas de  la librería » Lo de Rúben «, donde comprábamos los libros y canjeábamos los usados, me asombra que rememores  que llevaba una boina celeste, y que todos me cachaban » decían que tenía que ser gris, por los versos de Neruda.»  Es evidente que leiste mi blog, no creo que te acuerdes de ése detalle.!

Las clases se acabaron, y yo no volví a verte Mauro.

Después de transcurrida una vida, Internet hace un milagro.

Me pediste que te contestara, por segunda vez,  pero lo voy a hacer en mi blog, no te voy a contestar los email.  Sé que muchos que lean éstas líneas, no entenderán nada, pero sé que Mauro va a llegar a ellas, porque los Power Point, están aquí, y los otros los privados, de esos él no sabe nada.

Te acuerdas de  las columnas de hierro, que sostenían la galería, y  los vitrales y  la imponente entrada de la calle Rodó, por la que nunca nos dejaron subir, y el gimnasio al aire libre por la calle Guayabo, y la biblioteca, el observatorio, y el salón circular con gradas y la larga cantina, y sus  refuerzos tan altos, tan grandes, que uno solo, servía de desayuno y almuerzo. Pague uno coman dos.

( Lorenzo y Pepita )

Si me puedes describir tan detalladamente las sandalias que usaba, y las tirillas que abarcaban mis tobillos, es porque tienes alguna foto del grupo, y entonces  creo que te gustará, rememorar acompañándome del brazo.

Recuerdas, la escalera de entrada al Instituto, por la calle Eduardo Acevedo, y los gastados que estaban los escalones en su parte central, y lo brillante que se veían cerca de los pasamanos,… ahora lo sé.

En esa época ninguno de nosotros  necesitaba  pasamanos, porque subíamos casi saltando por el medio de dos en dos los escalones…

Ha sido un placer que me hayas escrito, me ví jovencita Mauro.

Vuelve a hacerlo.

Un abrazo .

Hasta pronto.

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