Un diagnóstico acertado..

El cuento es breve, la Posdata es más pesada.

Para los que me acompañan  y en especial para mi amigo escritor Ruben García, porque creo que como médico el comprende mucho lo que me tocó en suerte.

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Cuando me quedé quieta, en ese portarse bien, tan bien que llama la atención los demás decían.

– Pero que encanto de niña, qué bien educada, qué tranquila, parece u na señorita…

Fué el comienzo de una quietud que me llevó  dos años. Tenía casi nueve  años, y después de muchos exámenes, y muchos padecimientos, dieron el porqué hacía un febrícula todas las tardes.

De un pediatra a otro, en un salto a la cuerda, hasta que un médico especialista que me trató pidió para hablarme a solas. Voy a reproducir, no creo que pueda hacerlo   cabalmente el diálogo.

– Porqué, estás tan quieta, que es lo que sientes ?

– Yo nada, a mi no me duele nada.

– Pensá que es lo que sentís, te duelen las piernas y por eso dejas de bailar, de saltar, de correr.

– No, yo dejé todo porque estoy cansada.  Me costaba decirlo…Estoy muy cansada.

– Sabés que estás enferma.

– Yo no estoy enferma, es mamá que no hace más que ponerme el termómetro y el otro doctor que me hizo muchos exámenes y yo no quiero que me saquen más sangre…

– No te vamos a sacar  nada más, porque sabemos lo que te pasa.

– Porqué soy tan delgada ?

– No, ser delgada como tú está bien, es que tienes una enfermedad, que se llama fiebre reumática..

¿ Fiebre..reumática ? Contagio ? Porque yo ya tuve varicela, y cuando chiquita tuve difteria y pulmonía y dice mamá que casi me muero. No quiero más enfermedades, no quiero.

No vas a contagiar a nadie, vas a tomar éste medicamento y te vas a quedar quietita en la cama.

– En la cama ? Y la escuela, no puedo ir a la escuela…Ahí ya lloraba

– No llores, yo te voy a decir…Se llama reuma infeccioso o fiebre reumática,  y hace crecer el corazón…y se cura con quietud, cuidándose del frío, y yo te digo cuando vas a poder ir a la escuela..En que año estás?

– En cuarto, y puedo ver a mis amigas ?

– Puedes ver a quien vaya a visitarte..tú no contagias. Y cuando te levantes de la cama porque vas a estar curada, vas a hacer natación..

– Natación..en donde.?

–  En un Club. En una pileta, y vas a nadar todos los días, porque vas a agrandar tu caja toráxica, porque el corazón no se puede achicar.

– Mi caja toráxica es muy chica ?

– Como quieras, o el corazón es muy grande, o la caja es muy chica. Es como un cofre que tiene un hermoso anillo. Pero el anillo es muy grande y no entra en el cofre. Qué vas a hacer, tú quieres ése hermoso anillo que te regalaron, y qué haces..agrandás el cofre, y te quedas con los dos.

– Por cuanto tiempo me quedo con el cofre y el anillo doctor ?

– Si me escuchas, y haces caso a tu madre, te quedas con los dos mientras vivas.

– Es hermoso el anillo doctor ?

– Te gustan los anillos como a todas las mujeres verdad ?

– Sí me gustan ? Y no tengo ninguno.

– Verás, éste es de color rubí,  es un rubí, y es grandioso, hace tic tac, como un reloj, pero lo bueno  es que no hay que darle cuerda.

– Doctor estoy en cuarto ! Yo solo quería saber..

– Te gustó lo del anillo..Cuando quieras acordar, más pronto de lo que te imaginas, alguien te va a regalar uno, y no va a ser tu mamá. Ya verás.

– Y la natación…cómo será nadar ?

– Hermoso, nadar es hermoso, y como eres longilínea, vas a ver lo linda que vas a ser. Me vas a venir a agradecer..Ya verás.

Dejé la escuela, me metieron en la cama y comencé una lucha de quietud y salicilato. En una época que no existía otra cosa más que eso, pero toda ese estar, de niña sin saltos, sin caminar casi,  me sirvió para conocer una maestra que vino hacia mí, y me dedicó dos años de su vida.

Fué la que me enseño a hacer viajes imaginarios arriba de un mapamundi, a tener un caligrafía diría sin ninguna vanidad hermosa,  me hacía saltar desde los quebrados hasta ver el lleno de las cosas. A mirar hacia el futuro, a ver mi propio mar, y nadar en mis propias olas.

A pesar que ese salicilato que me hacía sentir muy mal, había días en que casi no toleraba nada en el estómago, y ése silbido permanente que  me decía mi maestra que era un duende invisible, que me soplaba en el oído, y que era su manera de comunicarse, y por lo tanto   me hablaba de la magia que hay en todas las cosas de la vida.

Me enseñó a mirar de otra manera, me impulsó a que por arriba de las sábanas, en ése cielo infinito, existen bailarinas que no bailan, personas que  corren, que van a los parques en la tarde, al cine los domingos, al teatro en la noche, sin moverse de donde están. Ahí donde anidan los sueños.

Saber, que un corazón grande con un soplo sirve para amar y querer  más, y muchas veces late más rápido para que no olvides que él está ahí, te acompaña siempre aunque por momentos no lo sientas.

Después de esa larga quietud, de tantos exámenes, de electros cardiogramas,  de un año en cama y otro para  poder caminar normalmente, volví a la escuela, e hice quinto y sexto.

Ya era una niña alta, casi la última de la fila, la extraña niña que hacía natación todos los días, con frío o con calor, la longilínea, la que sabía mucho de quebrados y la que estaba segura   que jóven muy jóven alguien le regalaría un anillo.

Ya tenía preparado el cofre, y adentro latía un reloj fabuloso, que sigue latiendo, aunque no le des cuerda..

PD. Cuando en sexto año salí abanderada, ví, desde otro lugar más lejano,  el orgullo y la emoción de mis padres, la foto que me sacó un periodista amigo de mi padre  que tenía una máquina fotográfica!,  y las lágrimas de la deliciosa maestra Alicia Maturro  que me cambió la vida.

Me enseñaron los seres más queridos que las evaluaciones suelen ser odiosas, yo no era mejor que los  otros, ni el que no tenía más que su túnica blanca y su moña azul,  ni el que llevaba la bandera de Artigas o la de los Treinta y Tres orientales, ni yo que llevaba la hermosa azul y blanca con un sol al extremo.  Lo que me importó en ése momento fué:  Yo podía caminar erguida, con el mástil y  la bandera uruguaya  que pesaba muchísimo, levemente inclinada, como un símbolo que agasaja a los que la miran  y la aplauden.

La  pude sostener toda la ceremonia en la que había cantos y recitados, y aunque mis guantes blancos resbalaban por el mástil, yo me sentía en un planisferio especial, donde nada es tan importante como estar de pie,  en la escuela, en el hogar,  en la calle, frente  a la vida..