La espera se transformó en inquietud.
Los ojos iban hacia la puerta y fugazmente a la ventana. Cruzaban el patio y el rosa se miraba en las macetas con sus supervivientes crasas.
El carrillón sin detenerse marcó los cuartos de hora, las doce y cuarto, media, la una.
El bronce reflejaba en la mirilla de cristal, a las personas.
Nadie hablaba, hasta que fué inútil, llegó la tarde, la nochecita.
Se ablandó la alegría, se estrechó en la ausencia, las palabras vagaron por la mesa tendida.
Tal vez mañana, o pasado, o el mes entrante, antes del invierno…
Quietud absoluta, de manos cruzadas, de espalda curva, de lentillas de mirar errante…
Sólo el péndulo da los cuartos de hora, como trozando espacios, como cortando el aire, el de la espera, el de la quietud, el de la somnoliencia.