Usos y costumbres.
Crónicas a mi andar.
Domingo de invierno, cerrado por niebla. Nadie te quiere, todos se agrupan donde las vidrieras tientan a las compras.
Serpentean las colas de los cines, se llenan los Mac, y los niños se empujan en los pasillos de los Shoppings.
La ciudad se pierde y cómo niña pequeña espera, quien la oriente.
El cielo pesado y gris, se descompone en frías gotas y al llegar hasta los árboles llora sobre las cúpulas azules y las veredas rotas.
Nada es de nadie, y crece el asombro ante la negligencia de los otros. Los versos dichos » La Suiza de América » «La Tacita de Plata » se hacen oyuelos en las caras sonrientes de la comida al paso. En los balcones de hierro forjado giran volutas de plástico de colores, y los estilos antes alabados, se fusionan, con los puestos ambulantes de chorizos, tortas fritas, y garrapiñadas
Ahora eres reina con corona de cartón, te trasladas en carro con caballo, llevas a un adolescente de cochero y como si fueras cenicienta no amada, pierdes el zapatito hecho de bolsas de plástico en cualquier calle de la ciudad.
Te miran con asombro los turistas, por tu vandalismo grafiteado, puertas con cadenas, rejas, camas en los umbrales, y desde los altos luminosos se despedazan los colores, contra gorros de lana con pompón y mates de calabazas , mientras saltan desde el suelo las chucherías confeccionadas por jóvenes artistas del latón
La miseria no tiene color, lo toma de la humedad, y sin bandera puede ser del color que quieras. No tiene edad la mano pedigueña, la pones tú, la obligan las circunstancias.
Las luces dicen la hora del reposo sobre una ciudad que hace tiempo que busca un mago para que despierte a todos del sopor en que estamos sumidos.
A paso lento, pero sin pausa, por barrios que gritan su desesperanza, bailas tu último tango con cortadas, sin que nadie sepa de danza.