Casas abandonadas VII.
Barrio desmayado en jardines, con árboles añosos que unen sus copas, formando túneles vegetales.
Fué hace un tiempo largo, cuando los dos hermanos caminaron sus calles.
Buscaban una casa no muy grande y preguntaban a los jardineros de la zona, si sabían de la venta de alguna. Ante la negativa fueron a la única almacén existente.
La provisión que tenía de todo un poco hasta un pequeño puesto de verdura era atendida por Julián y su señora Aurora. Ante la pregunta les respondieron .
– Por aquí lo que ustedes buscan es muy raro que encuentren, son casi todas quintas, chalets grandes, colegios, y algún geríatrico. Yo sé de una casa chica, pero está como a diez cuadras de aquí. No sé si les interesa.
– No es muy lejos, me gusta por aquí por el rumor del arroyo, respondió el menor de ellos.
– Por aquí no hay ningún arroyo, para ver uno tiene que caminarse como veinte cuadras, y se imagina que desde aquí no se oye nada.
El hombre insistió.
– Usted no lo siente pero yo sí, y para mí es como un canto.
La mujer ya lo miró más extrañada, y entonces le preguntó al mayor como jugando al descarte.
– ¿Usted también oye el rumor y escucha el canto?
– Yo lo sigo a él porque a mí me gusta el ruido del ferrocarril y el temblor que da cuando pasa.

– ¿Los señores viven cerca de las vías? ¿Para allá abajo?
Todo lo decía la mujer segura de que tocados hay por todos lados, si sabría ella que llevaba más de veinte años atendiendo la provisión. Pero rápida como era para sacárselos de buena manera les dijo:
– Si quieren dejan su pedido de casa chica para comprar y un teléfono, se los coloco en algún lugar cerca de la caja. Pregunten en la carnicería de enfrente, tal vez ahí sepan de algo.
Y gozosa pensaba en la cara de Nicolás un ruso bravo y que apenas sabía o entendía lo que le preguntaban, cuando le hablaran de murmullos y de cantos. Los dos agradecieron y dijeron que lo iban a traer en algo prolijo, para que no desmeneciera su pedido.
Antes de irse el más chico que dijo llamarse Aquiles, comentó.
– Aunque a ustedes les parezca extraño, si yo miro un rato una casa les puedo decir, que había antes de que la construyeran.
Ahora fueron los dos comerciantes lo que pensaron: no están todos encerrados hay muchos sueltos, hasta que Aquiles comentó.
– Antes de que existiera ésta casa, aquí mismo dijo señalando unos estantes llenos de botellas de aceite, había una Araucaria centenaria. Se despidieron y se fueron.
Aurora comentó.
– Ojalá no encuentren nada por aquí, porque aunque son muy educados, con la loca de Benitez, y el insoportable de Gutierrez alcanza.
– Sabes mujer que me han dejado muy impresionado, porque me comentaba mi padre hace mucho tiempo, el trabajo que le dió a mi abuelo el sacar una Aracaucaria centenaria que había en éste terreno, antes de que construyera.
Qué asombro !
Pasó un rato largo, antes de que Aurora cruzara, quería saber que era lo que le habían dicho a Nicolás y lo que había entendido y lo encontró arrodillado sobre la alfombra de madera de la carnicería, con un vaso en la oreja tratando de oir el sonido de un arroyo, que según él era gracioso porqué dejaba desnuda a la gente, por que quita calzones.
La cuestión fué que Aquiles si bien no encontró la casa que quería, le vendieron un pedazo de esquina que pertenecía a una quinta. La primera que fué a verlo fué Aurora, porque Aquiles le decía que allí había unos hermosos sauces llorones, y que unas piedras que a él le parecían de granito rosado sostenían unas achiras.
Un jardín de novela!
Cuando lo vió Aurora, no sabía si reirse o llorar. Lo que ella miraba no tenía nada que ver con lo que le hablaba Aquiles. Pensó, los estafaron. Pero cuando siguió hablando del ruido del arroyo, se dió cuenta que era ella la que no oía, algo hermoso y no se atrevió a decirle que el ruido que sentía era el del tranvía que frenaba en la parada a dos cuadras de ahí, y que el terreno que compró no era ningún vergel, que tenía solamente unas pobres achiras . Cómo decirle éso a un caballero que cortó una flor y se la dió como si fuera una orquídea y le agradecía porque le había ayudado a ser su vecino!
Cómo llegó a tener su casa soñada y el por qué no lo escucharon los arquitectos, es comprensible. Él tenía el dinero, una idea y además decía algunas incoherencias. Quería una casa relativamente chica, pero de tres dormitorios y pieza de servicio y por una de las calles un apartamento para un familiar. Todo en ése lugar.
La casa se terminó en fecha, bastante moderna y sin nada de adornos, y sin jardín, con un perímetro de pasto donde unas pobres plantas no hacian primavera.
Cuando se mudó Aquiles y con qué vistió la vivienda nadie los supo. La reserva fué total.
Nadie fué a vivir al apartamento, y Aquiles se quedó en ésa casa grande y vacía. Bueno no creo que estuviera tan vacía, porque el propietario, la llenó con paisajes soñados, hasta que hubo una realidad. Siempre la hay.
Comenzó cuando la vecina pegada a su casa le comentó de una rajadura que veía cerca de los cimientos.
– No se preocupe señora, gracias por avisarme, la voy a mandar a arreglar. Se ve hermoso su árbol de coronilla.
– Mi árbol de coronilla ? Yo no tengo árboles de ninguna clase.
– Pues yo lo veo desde la ventana de mi cocina.
La vecina se fue convencida, que el señor Aquiles veía árboles donde se encontraba su basura.
Al tiempo, otra y otras fisuras, se fueron ahondado y lo único que quedaba a salvo era la planta alta. Las rajaduras por fuera se hacían fisuras por dentro, y el viento soplaba en ellas y hacían pequeños silbidos. La casa se llenó de pájaros chifladores.
Pasaron más de diez años, y las paredes acorralaron a Aquiles y su escudo el único que tenía era que de tanto mirar la casa veía un antiguo campo.
La humedad fue trepando, paso a paso escaló la pared, y la fue tiñendo de un color verdoso. Un día de tormenta por las rajaduras entró el agua, y emanaba del piso, como si la casa estuviera construída en una isla. Se inundó la planta baja y Aquiles la abandonó y la explicación de su hermano mayor, que ya era casi anciano fué, que tal vez era mejor escuchar la vibración del ferrocarril, que el canto del arroyo.
Es decir regalaron la casa al arroyo, a los cantos que producía el golpear el agua contra las piedras de granito, mientras se mecían en sus aguas las plantas típicas nuestras como los espinillos y coronillas, y se despeinaban en sus costas los sauces llorones que tanto le gustaban al dueño.
Si lo hubieran escuchado los arquitectos, se habrían dado cuenta que era verdad lo que él oía, era tan extenso su caudal tanto como los sueños o las vivencias recibidas.

Fotos de Stella. Casas abandonadas y estación de ferrocarril Yatay.
*Para redondear algo sobre la historia del arroyo, hace años canalizado.
El llamado ¨Quitacalzones¨ una de las corrientes sepultadas, que venía serpenteando desde el Cerrito y como podía corría por debajo de la Av. Juan Carlos Blanco del Prado y se rendía en el arroyo Miguelete.
El episodio cuenta que en el año 1823 había llegado a Montevideo Monseñor Muzzi y su secretario Mastai Ferretti, quien más tarde seria Pio IX.
Un día los invitaron a la quinta de Don Francisco Juanicó y para allí se dirigieron todos los egregios convidados en diferentes coches, todos carruajes de caballos.
Pero para llegar a lo de Juanico había que atravesar el Quitacalzones y ese día justamente el arroyo no estaba de buen humor, tanto que en el pasaje, el oleaje les atascó el carromato.
El futuro papa no tuvo más alternativa que remangarse la sotana para colaborar y empujar el carricoche, pero sorpresivamente y sin aviso, la fuerza de las aguas le arrancaron los calzones interiores, que en ese tiempo se usaban hasta las rodillas y además carecían de la presencia protectora de los pantalones entre calzones y sotana, como se usara más tarde.
Ma. Elena Fabregat.