El regazo es un lugar cálido, blando, donde acurrucarse mullidamente y lograr ser niño nuevamente.
Blanca miga, deliciosa y dorada corteza. La tarde invita a la miel.
Los niños dejan manchas floreadas en el jardín, y las sevilletas vuelan rasantes como palomas ante las caras de asombro.
La tarde se corta, con la liviandad del merengue, la dulzura del chocolate y la fragilidad del barquillo.
Se crece tres centímetros con almohadón, o se estira el cuello en extraña medición y entre yo puedo sólo, es mío el lugar, enpujón va, sollozo viene, al fin logran que las caras tengan color a dulce de leche.
La risa pega en los rostros tersos, en las manos pequeñas y cálidas.
Autitos, muñecas, cuerdas, tacitas de plástico, teléfonos, ollitas para hacer comiditas, saltan entre sí, y forman el imaginario pegajoso de La cascola, y los stiker. Juntos los libros para colorear, los cuadrados satinados, las tijeritas, las crayolas van y vienen, tienen vida propia, y se pegan en hojas sueltas, fomando casitas de un sólo árbol, con un camino zizagueante, y una chimenea sacando humo. Viene Manuelita de Paris, y el canto de uno se repite junto al payaso Plin..Plin.
Renunciábamos y dábamos la comunión, sin confesión, sin responsabilidad, dejando caras manchadas, risas entrecortadas y saludos de manos batientes.
Cómo añoramos el hasta pronto, bendito domingo de absolución.
Detalle del altar de la basílica Nuestra Señora del Carmen – Iglesia de La Aguada. Foto de Stella.