Vastedad

No tengas miedo le decía,  tomando su descarnada mano entre las suyas. Los ojos glaucos grandes y abiertos, en el abismo nada respondían.. No tengas miedo le decía…mientras ella se desperfilaba lentamente.. Él se inclinaba, susurraba y en la fatiga … Sigue leyendo

La reina del ártico.

Usos y Costumbres.

Siempre a la misma hora, temprano en las mañanas del verano, se sentía el rozar de las ruedas por las calles del barrio.

Dos caballos tiraban de un carro blanco con letras azules que decía HIELO, y más abajo Frigorífico Modelo, dos puertas y dos repartidores forzudos con delantales amplios de hule.

A fuerza de pinzas, sujetaban las grandes barras, que para que no se corrieran, tenían sobre la acanalada superficie, bolsas de arpillera, y con maza y un corta hielo de cuatro puntas, hacían las porciones más pequeñas y desiguales del mismo.

Pesaban el hielo,  cobraban y guardaban las monedas en los bolsillos abiertos que como asombradas bocas tenían los delantales. Cuando el tanto, llegaba a un límite, los billetes iban a una caja de lata. Ésas eran sus cajas registradoras!

El mágico hielo de mi infancia!

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De rancio roble y gris estaño, se creía la reina del ártico

Tapa con manija, sumidero, y herrajes de bronce, hacían su marca Corona.

Tenía un estante que la dividía en dos, y en la tapa un ático, así que estaba fraccionada como propiedad horizontal sin gastos comunes. Los de arriba y los de abajo.

Cuando el hielo eructó su agua azulada y helada sobre los diarios que lo cubrían y siguió camino hacia los pequeños ductos de desague, llenó de un frío húmedo el ataud de porcelana de la manteca y mojó con pequeñas gotas a la jarra de la leche hervida.  La manteca protestó de tamaño avasallamiento.

– No me aprietes que soy blanda, y la leche dijo no me manches que soy blanca.

El crick se sintió y se vieron las manos.

Salió el marcelles, ese franchute alargado y pretencioso, de la bolsa de tela estampada del pan, y le dijo al hielo.

– A mi manteca sólo la toco yo. Fué cuando la espátula con mango de porcelana, la depositó como  blanca sábana, la esparció, la apretujó sobre el colchón de miga blanda, y el azucar dejó cristalitos en la terminación.

Quedaron los amantes sobre la fuente, esperando la boca que llegara hasta ellos y saciara la sed de mordiscos.

La luz de una bombita con plafón esmaltado, daba un aire nuevo a todos sus rincones, la hacía ver más gris, más plateada, más deseada.

Era la cinco de la tarde…la hora en que los niños llegaban de la escuela y sin miramiento alguno,  la vaciaban y lo que no gustaba era empujado hacia atrás, junto con la carne, o el plato de las verduras cocidas.

Las privilegiadas y heladas botellas vestidas con cuello alto, con sombrero de goma y precinto, desde arriba miraban con desprecio a la plebe. Eran las senadoras del parlamento, y estaban por votación unánime hermanadas con el hielo y la escarcha.

Cuando don hielo acostaba sus últimos fragmentos con extraños ruidos y el cajón de abajo el último súbito de su reino, se ahogaba lentamente, y se desbordaba en el piso de baldosas amarillas y marrones, formando una guarda incaica, las muy  rezongonas gritaban  – No nos mojes que somos de monolítico!

Entonces la reina del ártico se sentía abandonada, y lentamente se iba calentando para pasar mejor la solitaria noche, ya que ningún amante la esperaba.

Mañana sería otro día de blanco hielo, de resurgimiento.

Foto de Stella.

Foto de Stella.

El timbre.

Foto de Stella

Foto de Stella

Nada.. El no ser o la carencia absoluta de todo ser.

Historia mínima.

Barrio tranquilo, quieto, somnoliento durante muchas cuadras. Detenido el tiempo en los jardines de  casas antiguas. Fué un lugar de buzones y chapones, con puertas talladas, balcones con rejas formando flores y volutas, ventanas altas con persianas a dos hojas, y veredas con árboles añosos.

La casa de Marina, era una de ésas. Había pertenecido a sus padres, y vivido con su marido y ahora viuda, con una sobrina que estudiaba y la acompañaba.

Foto de Stella.

Foto de Stella. Serie puertas y ventanas

Se desnorteó, no sabía que hacer cuando le robaron. Le sacaron el farol, el buzón y el timbre, porque eran de bronce. Su lógica fué que hago con una puerta con eterna guiñada!

Consultó por el barrio a un carpintero que la asesoró.

– Señora buzones con agarraderas como el suyo ya no hay, unicamente robado lo podrá encontrar en alguna feria, y no sé si de igual medida. Lo usan en las cocinas para poner los repasadores, y los timbres los funden. Ésa es la realidad. Déjelo así, y úselo de mirilla, otra no tiene. En cuanto al timbre compre uno de plástico, y cualquier jóven del barrio o de la ferretería se lo coloca, son unir dos cables. Disculpe que yo no le haga el trabajo, pero no puedo ir hasta su casa,  porque, me voy a hacer una changa a Piriápolis y no me da el tiempo… El farol y el buzón ya están perdidos. Menos mal que le dejaron un chapón!

Pensó en su sobrina para arreglar los desperfectos. Pero..

Pasaron los meses colocó una bombita donde estaba el farol, y compró el timbre pero siguió sin él, porque nadie lo colocó. Se acostumbró a la manera popular de llamar. Batiendo palmas, a que entraran al pequeño jardín y le dijeran.  – Doñaaa, o que le golpearan la puerta hasta decir basta.

Llamando a la antigua, faltaba la campana. No se conforma el que no quiere.

Esa mañana le golpearon la puerta.  Se agachó y miró por el rectángulo que había dejado el buzón. Vió la campera azul y dedujo que era el muchacho de la provisión que le traía el pedido.

Abrió la puerta, y entre susto y asombro por lo inesperado, se vió frente al viejo. Modestamente vestido, bordeando la miseria, tenía a su lado un perro tan machucado por la vida y en la tercera edad como el dueño.

– Que desea? Marina dijo lo que se dice siempre, y el asombro le hizo más agresiva  la voz. El viejo la miraba, con sus ojos lagañosos y ausentes, mientras el perro le giraba a su alrededor.

– Porqué golpeó, que busca ?

Nada. Respondió al fin el viejo, y se marchó con el perro a su lado, dando dos pasos él y dos el perro, como una danza sin música.

Marina, se lo quedó mirando y lo vió perderse por la calle justo donde comienzan las quintas.

– A lo que has llegado le decía su señora interior, a lo que has llegado. Cómo no iba a golpear, si no hay otra manera de llamar !…Y si era agua lo que necesitaba o algo para el perro, o unas monedas?

Porque trabajar a ésa edad no se puede, porque si se cierran las puertas para los jóvenes..

Marina agarró el monedero, cerró la puerta y corrió hasta encontrar nuevamente al viejo.

Estiró la mano con un billete en ella y le dijo.

– Tome y perdone. Cómprele algo al perro.

El viejo se la quedó mirando, ahora su vista parecía más despejada en la claridad de la calle, y comenzó a hablar lentamente, como se hace cuando hay tiempo y nada es importante.

– El perro no necesita nada. Yo siempre camino por acá, y veo que hace mucho que no tiene timbre. Yo llamé por si quería que le coloque uno. Yo antes era electricista…

– Porqué no me dijo éso cuando abrí la puerta?

– Porque gritó. Y con la gente que me grita Nada

Marina con el billete en la mano, bajó la vista y se encontró con el reproche en la mirada opaca y lejana del perro.

Foto de Stella

Foto de Stella
El viejo se enderezó, y  siguió su camino, con ese andar bamboleante del que ha vivido mucho, daba dos pasos él y dos el perro, y cuando se detenía el animal con la cola gacha, reptaba  girando a su alrededor formando un círculo de compañía…

Liebster Award.

 

El Blog de diariodeunatreintaneradesubicada, pertenece una jóven escritora que lucha por lograr sus sueños.

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Querida Laura.

Muchas gracias por obsequiar a mi Blog  el Liebster Award.

Te respondo en una pequeña esquela, a la que llamo Prisionero.

Hasta pronto.

Stella.

Foto de Stella

Foto de Stella

PRISIONERO

Puede ser el entramado en hilos de colores, cintas de seda, yute, tafetas, cartón, vidrio, hule, espejos.

Puede ser de madera, de alambre, y si lo quieres más duradero de ladrillos, varillas de hierro, plomo, bloques de hormigón, de puro cemento en gris, blanco o negro.

Tú eliges el material hay catálogos de los mismos, no te prohibas de hacerlo.

Casi perfectos, los rectánculos unidos dejan entre sí un espacio, ni grande ni pequeño. Tu cuerpo no pasa por ellos, pero la mano del espléndido arquitecto hace el resto.

La mirada y la voz quedan libres, entran y salen, en curvas o rectas milagrosas de colores dados, nada las detiene, ni el amor, ni el perdón, ni el olvido, ni el susurro, ni los cuentos.

Nunca serás prisionero en tu vida, porque donde pasa la luz, pasan los sueños.

Foto de Stella

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