Nada.. El no ser o la carencia absoluta de todo ser.
Historia mínima.
Barrio tranquilo, quieto, somnoliento durante muchas cuadras. Detenido el tiempo en los jardines de casas antiguas. Fué un lugar de buzones y chapones, con puertas talladas, balcones con rejas formando flores y volutas, ventanas altas con persianas a dos hojas, y veredas con árboles añosos.
La casa de Marina, era una de ésas. Había pertenecido a sus padres, y vivido con su marido y ahora viuda, con una sobrina que estudiaba y la acompañaba.
Se desnorteó, no sabía que hacer cuando le robaron. Le sacaron el farol, el buzón y el timbre, porque eran de bronce. Su lógica fué que hago con una puerta con eterna guiñada!
Consultó por el barrio a un carpintero que la asesoró.
– Señora buzones con agarraderas como el suyo ya no hay, unicamente robado lo podrá encontrar en alguna feria, y no sé si de igual medida. Lo usan en las cocinas para poner los repasadores, y los timbres los funden. Ésa es la realidad. Déjelo así, y úselo de mirilla, otra no tiene. En cuanto al timbre compre uno de plástico, y cualquier jóven del barrio o de la ferretería se lo coloca, son unir dos cables. Disculpe que yo no le haga el trabajo, pero no puedo ir hasta su casa, porque, me voy a hacer una changa a Piriápolis y no me da el tiempo… El farol y el buzón ya están perdidos. Menos mal que le dejaron un chapón!
Pensó en su sobrina para arreglar los desperfectos. Pero..
Pasaron los meses colocó una bombita donde estaba el farol, y compró el timbre pero siguió sin él, porque nadie lo colocó. Se acostumbró a la manera popular de llamar. Batiendo palmas, a que entraran al pequeño jardín y le dijeran. – Doñaaa, o que le golpearan la puerta hasta decir basta.
Llamando a la antigua, faltaba la campana. No se conforma el que no quiere.
Esa mañana le golpearon la puerta. Se agachó y miró por el rectángulo que había dejado el buzón. Vió la campera azul y dedujo que era el muchacho de la provisión que le traía el pedido.
Abrió la puerta, y entre susto y asombro por lo inesperado, se vió frente al viejo. Modestamente vestido, bordeando la miseria, tenía a su lado un perro tan machucado por la vida y en la tercera edad como el dueño.
– Que desea? Marina dijo lo que se dice siempre, y el asombro le hizo más agresiva la voz. El viejo la miraba, con sus ojos lagañosos y ausentes, mientras el perro le giraba a su alrededor.
– Porqué golpeó, que busca ?
– Nada. Respondió al fin el viejo, y se marchó con el perro a su lado, dando dos pasos él y dos el perro, como una danza sin música.
Marina, se lo quedó mirando y lo vió perderse por la calle justo donde comienzan las quintas.
– A lo que has llegado le decía su señora interior, a lo que has llegado. Cómo no iba a golpear, si no hay otra manera de llamar !…Y si era agua lo que necesitaba o algo para el perro, o unas monedas?
Porque trabajar a ésa edad no se puede, porque si se cierran las puertas para los jóvenes..
Marina agarró el monedero, cerró la puerta y corrió hasta encontrar nuevamente al viejo.
Estiró la mano con un billete en ella y le dijo.
– Tome y perdone. Cómprele algo al perro.
El viejo se la quedó mirando, ahora su vista parecía más despejada en la claridad de la calle, y comenzó a hablar lentamente, como se hace cuando hay tiempo y nada es importante.
– El perro no necesita nada. Yo siempre camino por acá, y veo que hace mucho que no tiene timbre. Yo llamé por si quería que le coloque uno. Yo antes era electricista…
– Porqué no me dijo éso cuando abrí la puerta?
– Porque gritó. Y con la gente que me grita Nada…
Marina con el billete en la mano, bajó la vista y se encontró con el reproche en la mirada opaca y lejana del perro.
- Foto de Stella
- El viejo se enderezó, y siguió su camino, con ese andar bamboleante del que ha vivido mucho, daba dos pasos él y dos el perro, y cuando se detenía el animal con la cola gacha, reptaba girando a su alrededor formando un círculo de compañía…