Usos y Costumbres.
Siempre a la misma hora, temprano en las mañanas del verano, se sentía el rozar de las ruedas por las calles del barrio.
Dos caballos tiraban de un carro blanco con letras azules que decía HIELO, y más abajo Frigorífico Modelo, dos puertas y dos repartidores forzudos con delantales amplios de hule.
A fuerza de pinzas, sujetaban las grandes barras, que para que no se corrieran, tenían sobre la acanalada superficie, bolsas de arpillera, y con maza y un corta hielo de cuatro puntas, hacían las porciones más pequeñas y desiguales del mismo.
Pesaban el hielo, cobraban y guardaban las monedas en los bolsillos abiertos que como asombradas bocas tenían los delantales. Cuando el tanto, llegaba a un límite, los billetes iban a una caja de lata. Ésas eran sus cajas registradoras!
El mágico hielo de mi infancia!
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De rancio roble y gris estaño, se creía la reina del ártico
Tapa con manija, sumidero, y herrajes de bronce, hacían su marca Corona.
Tenía un estante que la dividía en dos, y en la tapa un ático, así que estaba fraccionada como propiedad horizontal sin gastos comunes. Los de arriba y los de abajo.
Cuando el hielo eructó su agua azulada y helada sobre los diarios que lo cubrían y siguió camino hacia los pequeños ductos de desague, llenó de un frío húmedo el ataud de porcelana de la manteca y mojó con pequeñas gotas a la jarra de la leche hervida. La manteca protestó de tamaño avasallamiento.
– No me aprietes que soy blanda, y la leche dijo no me manches que soy blanca.
El crick se sintió y se vieron las manos.
Salió el marcelles, ese franchute alargado y pretencioso, de la bolsa de tela estampada del pan, y le dijo al hielo.
– A mi manteca sólo la toco yo. Fué cuando la espátula con mango de porcelana, la depositó como blanca sábana, la esparció, la apretujó sobre el colchón de miga blanda, y el azucar dejó cristalitos en la terminación.
Quedaron los amantes sobre la fuente, esperando la boca que llegara hasta ellos y saciara la sed de mordiscos.
La luz de una bombita con plafón esmaltado, daba un aire nuevo a todos sus rincones, la hacía ver más gris, más plateada, más deseada.
Era la cinco de la tarde…la hora en que los niños llegaban de la escuela y sin miramiento alguno, la vaciaban y lo que no gustaba era empujado hacia atrás, junto con la carne, o el plato de las verduras cocidas.
Las privilegiadas y heladas botellas vestidas con cuello alto, con sombrero de goma y precinto, desde arriba miraban con desprecio a la plebe. Eran las senadoras del parlamento, y estaban por votación unánime hermanadas con el hielo y la escarcha.
Cuando don hielo acostaba sus últimos fragmentos con extraños ruidos y el cajón de abajo el último súbito de su reino, se ahogaba lentamente, y se desbordaba en el piso de baldosas amarillas y marrones, formando una guarda incaica, las muy rezongonas gritaban – No nos mojes que somos de monolítico!
Entonces la reina del ártico se sentía abandonada, y lentamente se iba calentando para pasar mejor la solitaria noche, ya que ningún amante la esperaba.
Mañana sería otro día de blanco hielo, de resurgimiento.