Bijou de otoño.

 

 

Fotos de Stella.

Fotos de Stella.

 

 

Se cierran las ventanas, se despliegan las mantas.

Empastado de colores, morado en agonía; bijou de otoño.

Dejas abierta una rendija en la espesura al viento, y en un torneo de nubes, el sol trae todos los tonos hasta el desflecado de las plumas del charrúa. Eres barro en el  Hornero, copete de Cardenal, cuerpo de Torcasita, chaleco de Churrinche, ojos de Aguilucho, y pecho de Venteveo.

Eres, espuma orillera de extensas playas, agrandado cañadón, monte en el trenzado cerco de Mburucuyá y  Coronilla, espina aguda del Corondá, flor de Ceibo, Palmeras grises de agridulce butiá, cristal de niebla mañanera, humedad del atardecer, puro rocío.

Borras la imágen y tienes al resguardo los pies descalzos, tú engañas con tu mano perezosa sacudiendo ramas, y ojos llorosos.

No eres en esencia lo suficiente viejo para pedir ayuda ante los placeres de atardeceres azulados y rojizos, mezcla mancillada por los vuelos de los gaviotines.

Recelas del desprendimiento, y el olvido, del brillo falso de las brumas, y junto con los colores vuelves siempre sobre los mismos pasos, como un amor incorruptible.

No temas otoño, entra glorioso con corona de miel en nuestras vidas, porque llegaste al país  … De Los Pájaros Pintados.

Fotos de Stella.

Fotos de Stella.

•Cardenal, Torcasa, Venteveo, Hornero, Aguilucho, Churrinche, Gaviotines.  Pájaros del Uruguay.

•Mburucuyá, Coronilla, Corondá, Ceibo- Flor Nacional.  Flora Nativa del Uruguay.

•Uruguay. El país de los pájaros pintados.-  Es el nombre indígena ( Guaraní ) de un país habitado por pájaros multicolores, que viven en un entorno natural, en estado puro, de bosques vírgenes y praderas esmeraldas. Ocupa el sexto lugar en el índice mundial de sustentabilidad ambiental.

 

VerEn guaraní, Uruguay significa “Río de los pájaros pintados”, y como las voces de esta dulce lengua local, tiene la resonancia de la tierra aún no transitada por el hombre.•http://youtu.be/xibc4u2jKoU

El hombre graffiteado.

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Domingo de verano, con  voz de soledad que llama a costa marinera, a licencia, a sudor, a agua.

Pliegue de luz, vacío de ciudad.

La iglesia sin campana llama a los creyentes sin asueto.

Salen pocas personas de ése claustro grande, hermoso. Casi todos los fieles están por edad más cerca del cielo infinito, y saben hablar sin apuro, con Dios y los santos, en la penumbra obligada de los vitrales.

De pie un hombre jóven mira sin ver anticipándose al Ora Pro Nobis. A su costado sobre el piso un suplemento sobre deportes y sobre él, por quererlo así, o por dádiva una bandejita de espuma plast, sostiene lo que pudo haber sido un almuerzo.

El implacable sol, los encandila, unos cuantos lo ven, otros cruzan con pachorra la calle.

Una señora mayor ayudada por otra más jóven se acerca y con un billete en la mano hace una pregunta inusitada para empezar una arenga.

– Qué edad tiene jóven?

El hombre gira la cabeza, su pelo negro brilla a la luz implacable del mediodía y los ojos aviesos, la miran y la boca le escupe las palabras.

– A usted que le importa abuela.

La mujer tira el billete, el mismo gira y cae; nadie lo levanta.

Ayudada por la más jóven entran en un auto estacionado. Se cierran las puertas repujadas en bronce, se marchan los fieles, se silencia la calle. Queda solamente, el calcinante sol, el hombre, la bandeja, los restos, el diario, los mudos árboles y el billete que rodó sin prisa.

En lo alto las torretas y las cruces.

Camina adosado a la pared, sobre la sombra de la iglesia, sin apuro, tiene una eternidad para arribar a destino.

Llega a la esquina, cruza la calle, y sobre un contenedor de basura apoya la espalda y se va resbalando hasta quedar sentado sobre la palanca. Su peso hace abrir la tapa. A nadie le importa los desechos y quien los custodia.

Pasan las horas con ése dormitar que lleva el color morado a su cara y  sus piernas. Cuando se despierta, se apoya en el costado del metálico verde para levantarse. La tapa se cierra.

Vuelve a la marcha, ahora lo hace más rápido, seguramente ve lo que nadie divisa, un refugio, el umbral, la casa.

El sol se inclina benevolente;  empieza a ser humana la vereda, su andar llegó hasta el muro que divide el ayer del hoy, y sin pedirlo le dieron un número de identidad bastardeado.

En ése transmutar  se trocó en un  hombre graffiteado.

Hay muchos en mi pequeña ciudad, indolente, abandonada, que en verano todo lo olvida, todo tiene el color del bronceado con sabor a sal. Es cuando se agrietan las bocas, se inmovilizan los ojos que nada avisoran, y se resecan las palabras antes de pronunciarlas..

Foto de Stella

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Las ménsulas.

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Usos y costumbres.

Anochece, extrañan y lloran con lágrimas de óxido las rejas de los balcones; se abren al fresco las últimas ventanas.

Un tubo lux, hace guiñadas picarescas, a las últimas máquinas de lo que fué un taller de costura.

Un pequeño mascarón sostiene con los brazos abiertos las ménsulas cortas, y en soñoliento descuido los pájaros dejaron ausentes los nidos.

La fachada decadente  en óvalos y uvas, amarronada y verdosa de insignificantes hongos, vibra, se estremece al son de los tambores que hablan de la esclavitud, en el repiqueteo  insistente de Las Llamadas. Se hace música en la negritud de los cuerpos, forjados a lonja y sudor.

Se comunican, se esperan, sonríen, se regalan en esa desnudez, de brillos y plumas, y dan esos pasos cortos, candenciosos, lujuriosos, íntimos.

La casa se repliega apenas asoma la luna, y se desgranan los ornamentos en rebeldía al compás de la música;  la casa ya es historia.

Vuelven los gorriones compartiendo la algarabía, baila el turbante y el abanico y gira en la danza la mama vieja. El repique sigue su marcha, mientras un gato callejero espera su convite.

Foto de Stella

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En la mitad del patio.

La rutina de abrir con igual llave la puerta que chirriaba, de sentir la misma voz dicendo – Ya llegaste Aldo? como si no supiera que era él.

Se saturó como era habitual, hasta casi no tolerar, ni el sonido de su voz, ni su olor, ni los ojos grandes claros, helados, estanqueados.

Cuando ésto sucedía bajaban en cascada entre piedras, los deseos.

Veía a la jovencita aquella, la del pelo negro, audazmente recogido en un costado, la de los ojos de miel y las pestañas espesas, la de la blusa blanca que apenas contenía la redondez increíble de los senos, la de cintura pequeña que cabía en sus dos manos.

La veía subir las escaleras, con sus piernas ágiles acariciadas en ritmo de ausencia, celaba del saquito celeste anudado en la cintura, y admiraba al goloso viento que revolvía indiscreto la falda.

Todo se lo contaba a Henry. Él todo lo comprendía o lo aceptaba, era la sombra donde pisar firme. Lo único malo que tenía Henry, era ser el hermano de la mujer con la que estaba.

Desesperado casi, más enfermo imaginario que real se largó a la sociedad, para ver si el médico para el que había pedido hora encontraba una solución a ese padecer suyo de no querer oir, ver, hablar. La enfermedad de no desligarse, llevada inconscientemente hasta herirse y lesionar a los otros.

El lugar invitaba a la meditación. Un patio grande; voces, personas caminando con bastones, otras preguntando desorientadas hacia donde dirigirse, toses, niños llorosos, manos temblorozas, tanto para ver y callar.

La espera logró silenciar ese interior suyo, indeciso, dubitativo. Se empezó a sentir más sereno.

Fué cuando la vió, la misma sonrisa, los mismos ojos pardos, y ella lo miró y preguntó – Pero sos tú ? Eres de verdad Aldo ?

Él la miraba embelezado, no era la blusa blanca ni el pelo negro recogido; era ella aunada a la otra, la que había quedado de aquella añorada, y él miraba su boca roja y húmeda y hubiera mordido esa sonrisa.

Fué cuando.. Eres de verdad Aldo? le penetró por los oídos y le dió un escozor, una vuelta a las sensaciones idas, un frescor en la cara.

Era el residuo de aquel Aldo el que habló. – Aline,…. soy Aldo sí.

Aline sonreía, y reía con esa modalidad inigualable de tirar la cabeza hacia un costado como deteniendo el tiempo.

Se quedaron mirándose, agradecidos de encontrarse, reconociéndose, sin saber como se llega hasta lo impensado con tan pocas palabras, acariciándose sin tocarse.

Foto de Stella.

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» Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.» Cortazar.


Dos Papis..

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Usos y costumbres.

Marisa tenía siete años y su hermano nueve. Hacía como un año atrás que a la niña se le complicaron las cosas, en la escuela. No porque no fuera despierta, si no por los comentarios de las compañeritas y las respuestas de Marisa.

Cuando una de las niñas con la que jugaba le dijo, que ella tenía un papá muy lindooo…otra comentó que su papá se había ido con otra señora, y otra dijo que su hermano mayor era su padre, Marisa les contestó que ella tenía dos papás. – Dos ?  -Uno los viernes, y otro los miércoles.

Cuando le halagaron los buzos que llevaba puesto, dijo que se los hacía su abuela. Una de las chicas al ver el buzo finito que era le contestó, – Pero está hecho a máquina, porque yo tengo uno casi igual.

– Mi abuela tiene muchas máquinas. Tiene una fábrica de buzos!

No era que mintiera, imaginaba para no sentirse aislada, tomaba los lazos familiares construyendo un mundo amplio de relaciones. Simplemente Marisa hizo su propia familia y la podía agrandar a su antojo.

Entre los niños todo es posible y más.

A su hermano Pedro, todos los viernes su madre le preparaba un bolso, donde ponía ropa para el fin de semana y regresaba todos los domingos. Lo pasaba a buscar su padre Álvaro. Era un hombre grande, fuerte, con un auto inmenso, que aunque no era nuevo, servía para que los dos se fueran muy contentos, a pasear, al futbol, al cine…

Lo que hubiera dado la niña para que la llevaran, pero como le dijo Álvaro – Son salidas para hombres, y tú eres una pequeña muñequita.

Marisa lo quería igual porque era tan sonriente y le decía igual que Pedro.   Papi.

Los miércoles la pasaba a buscar después que llegaba de la escuela, Santiago. Le decían Santi. Santi era un señor mayor, bastante calvo, por no decir del todo. Se fatigaba mucho, y usaba inhalador. Era lo opuesto a Álvaro, y por mucho tiempo la niña se opuso a que su madre le dijera que era su padre. Consideró todo injusto. Conocía a los dos desde que abrió los ojos, y a su hermano le tocó un padre jóven y lindo y a ella uno viejo y calvo.

Después de mucho batallar la madre logró que la niña lo llamara Papi Santi, y así también lo hizo su hermano. A partir de ahí ella decía que tenía dos Papis. Nunca se supo a cual consideraba de repuesto.

Foto de Stella

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El barrio era de casas tan iguales que resultaba aburrido hasta mirarlo, y en la misma manzana estaba la escuela, así que iban solos y volvían con otros niños de la zona.

En una vivienda que tenía un pequeño jardín vivía Cirilo, al que llamaban Hilo, por la finito que era. Hilo saludaba siempre y se sabía los nombres de todos los de la cuadra, hasta que se fué poniendo viejo y terminó sentado en una silla de madera y cardo, y ya no saludó más.

En una de esas salidas que hacían al almacén, Marisa vió que a Hilo le estaban dando de comer en la boca, y le preguntó a la hija porque le daba la comida así.  – Porque tiembla, no ves que es viejito. Es dos veces padre.

– Dos veces padre ?

– Claro le contestó la señora es mi papá y es abuelo de Zaira.  La conocés a Zaira ?

Todos en el barrio conocían a Zaira, era una joven preciosa, y Marisa pensaba que cuando fuera grande iba a ser como Zaira, y tendría hermosas piernas para caminar con los zapatos de tacos altos y finitos. Lo que nunca había pensado Marisa era que Hilo fuera su abuelo.

Para los ocho años de Marisa su madre le prometió un fiesta con los compañeritos. Salían todos de la clase y en patota se iban a festejar a la casa.

Al pasar vieron a Hilo tan solo y a la del cumple se le ocurrió levantarlo de la silla y entre todos  llevarlo al cumpleaños. Lo que costó más fué  hacerlo subir los dos escalones que tenía la puerta de entrada.

Lo sentaron en el comedor, y el viejo Hilo abrió los ojos  grandes con asombro al ver los globos de colores. Fué cuando Marisa delante de las compañeras le preguntaba a Hilo   – Verdad que usted es dos veces padre ? y el viejo temblaba y Marisa decía:  – Ven dice que sí… Verdad que Zaira y yo somos sus nietas ? y el temblor respondía ..- Dice que sí.!  Y redondeando cuando los grandes llegaron al comedor, vieron un grupo  de niños, y al anciano Hilo sentado con dos globos en la mano.

Marisa por mucho tiempo recordaría éste cumpleaños, porque pudo presentar a sus dos Papis,  y a un abuelo a todas su compañeritas, y los regalos que le hicieron. Papi, le regaló una petaca para hacer que se pintaba y el bueno de Papi Santi, unas botas para el invierno.

Lo que la extrañó fué ver a un señor mayor, con el pelo blanco, al que no conocía, que le regaló una hermosa caja de lápices de colores, y que se colocó muy junto a su mamá y le pasaba la mano por la espalda. Por la mente de la niña  pasó fugazmente una idea…

Otro papi !…No… No conocía a nadie con tres papis.!

Se le acercó y le preguntó. Cómo se llama usted ?.

– Me llamo Humberto, pero me dicen Berto.

– Usted tiene papá y mamá, volvió a preguntar la niña.

El hombre asombrado respondió…- Sólo mamá, mi padre murió hace mucho.

– No importa, respondió Marisa, yo tengo dos papis, si quiere le doy uno.

– No se regalan los papis, y veo que te quieren mucho le respondió el hombre.

– Y tu abuela ? preguntó una de la compañeritas, sacándola de su conversación

– Viene más tarde, la pasa a buscar Berto, y tiene para mí una gran sorpresa..Me prometió una mochila..

– Entonces no es sorpresa..le respondió la amiga.

– La sorpresa está adentro… respondió Marisa, mientras sus ojos pícaros se dirigían hacia Humberto y su madre, que quedaron asombrados sin decir palabra.

Qué bueno dijo la amiga, otro regalo más!

El señor canoso desapareció el mismo día de la fiesta…

Qué pena que no le dío el tiempo de traer a la abuelita!