Usos y costumbres.
Anochece, extrañan y lloran con lágrimas de óxido las rejas de los balcones; se abren al fresco las últimas ventanas.
Un tubo lux, hace guiñadas picarescas, a las últimas máquinas de lo que fué un taller de costura.
Un pequeño mascarón sostiene con los brazos abiertos las ménsulas cortas, y en soñoliento descuido los pájaros dejaron ausentes los nidos.
La fachada decadente en óvalos y uvas, amarronada y verdosa de insignificantes hongos, vibra, se estremece al son de los tambores que hablan de la esclavitud, en el repiqueteo insistente de Las Llamadas. Se hace música en la negritud de los cuerpos, forjados a lonja y sudor.
Se comunican, se esperan, sonríen, se regalan en esa desnudez, de brillos y plumas, y dan esos pasos cortos, candenciosos, lujuriosos, íntimos.
La casa se repliega apenas asoma la luna, y se desgranan los ornamentos en rebeldía al compás de la música; la casa ya es historia.
Vuelven los gorriones compartiendo la algarabía, baila el turbante y el abanico y gira en la danza la mama vieja. El repique sigue su marcha, mientras un gato callejero espera su convite.