La linda Leyla, siempre fantaseó con tener un hogar. La suerte le llevó la contraria, le dejó la casa, la madre y la enfermedad a su cuidado.
Hoy parece una página satinada de una revista Para tí, un papel finito de un molde Mac Coll.
Decidió por fin tener una aventura; dejar la casa por unas mini vacaciones, un fin de semana largo, una visita a una playa lejana, o lo que se pueda entender de un pequeño despegue.
Puso en la valija, ésa que contuvo algún recuerdo de la madre, o de la abuela, da igual, porque de ella había poco o nada. Colocó dentro lo que entendía para estar decente, dos días y una noche.
Cuando llegó a la terminal de ómnibus, y vió cuanta gente tomaba como normal, lo que para ella era la aventura de su vida, se sintió como si fuera una navengante solitaria, descubriendo un mundo desconocido.
Miraba el entorno, se detenía en las personas, en sus bolsos grandes, sus mochilas, los carterones, las filas para comprar los boletos, los grupos esperando ser atendidos en los Mc Donald’s, las personas buscando en la terminal su destino.
Se detuvo, alzó la vista hasta los tres pisos, estaba apabullada. El ruido de los restaurantes, las voces, los parlantes anunciando números y destinos, el movimiento incesante de rueditas sobre los baldosones, ese ir y venir de la salida y la llegada.
Había llegado tarde al movimiento. Su mente se negaba a aceptar, ni un punto y coma más.
Él la miraba, a ella le parecía que sí. Bajó la vista y la maleta la puso en el piso. Le pesaba, tal vez fuera el frasco de perfume, o los zapatos nuevos.
Volvió a alzar la vista, y era cierto la miraba y le sonreía.
Fué cuando todo lo pensado, lo deseado, lo oculto emergió, de esa mujer, que se sentía niña. Era la pequeña Libertad de Quino.
Él se acercaba, era alto, pintún, llevaba una campera en el brazo, y una mochila en la espalda.
Le habló sonriendo, la tuteaba.
– Mirá ahora estoy por abordar un ómnibus, por eso no puedo conversar contigo. Le estiró una tarjeta, que la asombrada Leyla, tomó mecanicamente.
Él siguió hablando, cuando quieras me avisas por teléfono y puedo pasar por tu casa, sin compromiso alguno.
A Leyla se le hizo una media sonrisa, como dibujada en la piel.
– Cuando regrese te veo, no te deshagas de la maleta, es muy interesante.
Se marchó y le hizo adiós con la mano, y la dulce Leyla por primera vez en su vida despedía a alguien sonriendo.
Se calzó los lentes para ver la tarjeta, y ahí en cursiva estaba.
Román Rosas.
Vamos por su casa sin cargo alguno, compramos antiguedades, muebles, alhajas.
Suma discreción. No venda sin consultarnos.
Telef….
Miró la pequeña valija de grueso cartón, forrada en una especie de hule marrón con los bordes redondeados, y el cierre ancho que daba vueltas a todo el contorno.
Desde el piso, la muy cínica, por única y deseada le sonreía en redondilla…