La oreja prestada.

Cuento breve.

Tenía un bamboleo al caminar, que la hacía parecer un gran péndulo estampado .

Traía entre sus manos un palangana esmaltada con vivo negro, conteniendo en rollos desiguales, dos toallas y un jabón rosado.

-Abra primero el agua fría y déjela correr un rato largo, así se lava la canilla, y después mantenga sofrenada la caliente, que es la que tiene el tapón rojo. El desayuno es a las ocho, con pan, manteca y dulce casero. Aquí tiene, si necesita algo más me avisa.

Ni esperó las gracias, ni estiró la mano para la propina.

Cuando me desvestí y me miré en calzoncillos en el espejo largo y angosto del ropero, que hasta hoy no sé si era que el plafón del techo dejaba entrar la luz con muchos gravámenes, o cosa mía, daba lástima, me ví delgado, cansado, más desmotivado al ver mi facha que de costumbre.

El ser agente viajero tiene algo de peregrino, sin grandes motivaciones, con una lógica de costo beneficio.

Antes me trasladaba con maletas, que me complicaban en los despegues y las llegadas, ahora sólo son prospectos, y pronto, cuando en muchos de los rincones lejanos que conozco, llegue la electicidad, yo seré obsoleto.

No sé si fueron los deseos de ver una mesa bien servida, o fué un hambre urgente, la que me llevó a bañarme rápido y volverme a vestir.

Olvidé todo lo que había hablado en la semana, los versos dados, las increíbles excusas recibidas, las veces que marqué con el índice las láminas, y apunté los números.

Rutina, aunque el interlocutor sea otro, tu yo no te hace diferente.

Entré a la linda  galería delimitada por barandas verdes, y ahí golpeé las manos. En el silencio perfumado, pude sentir hasta mi latir, es un buen corazón el mío, me ha permitido ésta vida de eterno hombre sin domicilio fijo, llegar y tener como hoy un sitio humilde y limpio.

– Necesita algo?

La voz me sobresaltó, me inmovilizó. Las zapatillas de suela de goma, amortiguan hasta los pasos más pesados.

– Usted llamó verdad? Preguntó con voz fuerte, y me miró con sus ojitos negros y juntos, interrogándome, mientras se secaba las manos con un repasador.

– Sí yo llamé, quería preguntarle si sabe de un lugar donde pueda cenar algo.

– Aquí y a ésta hora, yo no conozco. El Bar del Pirincho cierra a las doce y abre a las ocho.

Miré el reloj, eran las doce y media pasada. No sé si fué mi cara la que le dió lástima, o era que ella estaba de buenas.

– Lo único que tengo es un poco de mondongo que estoy calentando, si quiere pase.

Me abrió la puerta de un cuarto, y en una piecita  estaba su cocina y lo que hacía de comedor. Sobre un simple calentador, una olla de aluminio contenía la cena.

El hambre me acercó a el mondongo, es decir nunca lo había probado.  Siempre decía comer estómago e intestinos, es comida de pobre fonda.

Una mesa pequeña y un mantel de hule, y dos platos con porotos pallares, una salsa fuerte y unas papas, y flotando esos rulos pálidos, que siempre que los ví me hacían acordar a una alemancita del barrio. Faltaban para ésa peluca unos ojos celeste.

Nos sentamos, y yo me quedé mirando el contenido del plato, con aritos dorados como pendientes sobre el aceite, inquiriéndole su procedencia cuando la mujer me dijo.

– Para beber tengo agua y si quiere algo fuerte tengo grapa.

Como todo un caballero le respondí.

– Lo que usted tome.

Sacó de un mueble pequeño una de las tantas botellas, se la acercó a los ojos como para ver el nivel, y en dos vasos panzones sirvió hasta el límite.

Fué una noche larga, en un confesionario indulgente, donde le conté a una desconocida todo lo que me pasaba, como si fuera una red social sin ningún peligro de respuesta,  porque la mujer tenía una buena cualidad, no preguntaba, o  porque no entendía, o no le importaba, y yo no tenía que movilizar el dedo índice acalambrado, no tenía que apuntar ningún número, no tenía que convencer, no tenía que decir que lo que yo vendía era lo mejor.

Nadie estaba obligado a decidir.

La salsa era picante y aceitosa, los rulos se resbalaban del tenedor jugando a la escondida, y otros más sagaces se deslizaban en tobogán hacia el estómago sin ningún problema.

La grapa transformó mis dichos y sus silencios, en cuentos reales o imaginarios.

Y fueron la una, las dos, las tres…Y el desayuno nos encontró dormidos.

vasos-de-bar-para-cana-o-grapa-ideal-para-tu-barra-barbacoa-8174-MLU20000494981_112013-FEfecto Desperfilar. Adobe Firework.

10 pensamientos en “La oreja prestada.

  1. Contar los fragmentos de vida, lo que nos hace sonreir o estar tristes, en una mesa. Soledad de almas donde con sencillo pan y vino uno deja de ser y se convierte en uno… bello como siempre amiga… besos y flores para tu día.

    • Sabes que la soledad necesita orejas, aunque sean prestadas?
      Decía un escritor nuestro, » Somos unas islas, habitadas sí, pero islas al fin »
      Gracias por las flores, son espléndidas.
      Hasta pronto.

    • Pienso que comentar lo que uno escribe, tiene algo de prestar, no será la oreja, pueden ser los ojos, los tiempos,y en tí, a todos doy las gracias.
      Un abrazo y hasta pronto.

    • La soledad y la rutina, la de él y la de ella, se encontraron unas horas por casualidad.
      Le prestó la oreja y él contó su soledad.
      Muchas gracias por leerme, por su tiempo.
      Hasta pronto.

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