Cansada de caminar, perdida casi en el barrio que tan bien conocía; aislada en
el ruído, la mira, la escucha, la ajena y querida vivienda.
A la venta.
El muro contiene a la verja, y todo en el imaginario de la dama, cierra el jardín, ahogando en imposible esfuerzo a los yuyos.
Siente la tos de Juanjo, la siente el banco azulejado, el hibisco rojo, las altas magnolias, las flores de pajarito, la voz finita de Elisa…
– Juanjo está refrescando entrá, después toses toda la noche.
Los ojos juntos, renegridos y el pelo brillante, y la cadena formando un eterno semicírculo de prisión, y con un ladrido agónico, las eternas piruetas, los mordizcos al aire.
La cocina, saca los desperdicios y los entierra en un pozo, son las manos quemadas en tantos sitios de Hestia. Lleva sopa en escudilla, para el eterno condenado. King un rey absurdo, que cuando rompió la cadena, anduvo un trecho y después lloró porque no sabía que hacer siendo libre.
La tos, sale y entra, no depende de la estación, no hay inhalador que la calle, ni perfume que la compense. Tiene dueño, bronquios y pulmones, tiene bolsillo que la contiene, tiene desgaste…
Se acalló.. El mejor de los jarabes, el más espeso, con algo de opio, y algo de miel con magia, logró que cesara, hizo testamento.
Coparon el sitio batalladoras hormigas, pelearon cuerpo a cuerpo, con los pulgones, y los escarabajos, ganaron las invencibles cucarachas los sitios oscuros..
Nada fue de nadie, todos tomaron algo, el polvo hizo suyo las juntas del muro, perdieron el color los azulejos, se desprendieron las piedras, y se ensañaron los grafittis.
Un hombre sale de uno de los costados del jardín, arrasta los pies con el desgano de escasas palabras.
– Quiere algo.
– Usted es el cuidador? Me permitiría ver el jardín?
– El jardín? La casa no puedo mostrarla, tiene que ir a la inmobiliaria.
– Sólo el jardín.
Canta con su voz chillona la llave y el dedo tosco suple al pestillo.
Agradece el banco la mano que pasa, el hibisco abre su centro amarillo Las rojas hojas, muestran su desnudez, nada es íntimo y llegan girando hasta la casilla con su interior oscuro, cubierto de pinocha.
Se confunde la ruta de la cadena, se une a los caminos de hormigas, a la ramas caídas, al olor extraño de lo sin dueño, mientras la luz hace pasos de plié.
– Gracias por dejarme pasar.
– Usted vivió acá?
– No. Pero cuantos pueden vivir los sueños de la infancia!
La incompresión cierra el gran portón, se arrasta por un sendero inexistente la voz de un cuidador que guarda con celo el desaseo, la negligencia, y habla mientras llega a su mate..
-Qué ganas de hacer perder el tiempo a uno..seguro ya se lavó el mate. Mirar tanto la cucha del perro, pasarle la mano al banco; es que hay tanta loca suelta…