En la mitad de un profundo sueño, un grito lo expulsó de él.
Era un llamado agudo, finito.
Los ojos buscaron en la penumbra donde aferrarse, y la mirada, poseyó el silencio oscuro, denso.
La soledad extendió sus alas sobre los caminos transitados de ausencia;
comprobando que nadie responde, ni auxilia a los otros contra sueños perversos y efímeros.
Sentía el llamado, constatando con escalofriante asombro que el grito ahogado le pertenecía.
Él encendió los cirios. Se cubrió, y fue suya la peregrina idea del regreso.