» Que el abrazo no sea un gemido tibio. que lance un grito en el alma ajena. que tu abrazo no se olvide. que el lazo, nunca, se disuelva.»
Xipalí.
La casa quinta se vendió. Fué como dejar un niño abandonado en un parque, a una anciana en una casa de acogida.
El sol hizo suyo el plomo, asentándose sobre los vidrios de colores. La luz difusa se recreaba sobre los muebles, últimos moradores del sitio.
Sentados en el amplio sofá, el hombre y la mujer conversan..
– Aldo, no dejarás de irme a ver, al apartamento nuevo. Yo quisiera que tú mi buen amigo, ante tanta tristeza, me arroparas el alma. Ella lo miraba y lo veía jóven con el cabello rubio y ondeado.
-Mírame a los ojos Liza, siempre estaremos compartiendo el tiempo. Él la veía, grácil, como un junco. Mírame a los ojos.
La mujer acercó el rostro, pero los cristales de las gafas, sólo reflejaban su rostro.
– Quítate los lentes… Qué hermoso que tienes los ojos Aldo, será que nunca te había visto sin gafas?
-En cambio tú tienes los ojos que siempre he recordado, el miel verdoso, el del prado. Hueles a jazmín Liza.
Apoyó las yema de su mano sobre su cara, recorrió su óvalo, tomó la mano de la mujer y la colocó sombre su pecho.
Liza sentía el fuerte latido de su amigo, y ante su laxitud, el siguió recorriendo su cuello, la suave lana de su buzo, presionó los senos, y ella en esa revelación tardía, que hubiera sido otra cuarenta años atrás,
Entreabrió los labios y se fué curvando, y con el abrazo del hombre, en ese final de la casa, en esa luz que agonizaba, se comenzó a arropar su alma.