En esta tarde gris.

Foto de Stella

Foto de Stella

 

 

Llovia mansamente la incipiente estación, dejando a su paso charcos brillantes.

Detrás de la rejas perimetrales, existen mundos ignorados, entre enredaderas eternamente enamoradas.

– Mañana, si esta bueno sales con Rita, vas al Super y yo te doy la lista y haces las compras de la semana. Me escuchaste Ma !

La cabeza alta, baja, y sin palabras, tácitamente ignorando cualquier deseo, se realizará en otro dia, en el momento indicado, la compra.

Quita la frente, donde el aliento empaña el vidrio, deja la cortina enmarcando los recuerdos, y ve con los ojos miopes, el paso de una joven, su jean, sus championes, su remera y su paraguas.

Cuando era joven y la lluvia era confidente de su cuerpo, y se pegaba su ropa a la piel, y ella olía a jazmin, a naranja, a guinda, y era toda ella un té de hierbas, perfumado y cálido, con un eterno presumir, de cuerpo grácil,  senos turgentes, y andar elástico.

Y él era, el reflejo de su boca..

– Ma quieres un té con limón, y torta de arena? Está muy rica.

La cabeza alta, baja. Es el sí, del estoy, del ahora. Estira la mano, se calienta la palma, se eleva un humo en espiral, y el plato se apoya sobre la mesita que acompaña al sillón.

Lágrimas, sin llanto mojan los ojos secos..

 

En esta tarde gris.

Tango.

Música. Mariano Mores.

Letra José María Contursi.

En su repiquetear la lluvia habla de ti…

 

 

Desde el Blanes.

 

Con la angustiada alma de estatua, calla.

Pasa la sombra de si misma y sin palabras habla.

 

Foto de StellaFoto de Stella.

 Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes. En este museo se puede ver uno de los cuadros más emblemáticos de la historia de la República Oriental de Uruguay El Juramento de los Treinta y Tres Orientales

El edificio que ocupa el Museo Blanes pertenece al período de auge de las quintas y villas del Miguelete en el siglo XIX. El ingeniero Juan Alberto Capurro, formado en el Politécnico de Turin, diseñará en 1870, para quien era entonces el propietario del predio, el Dr. Juan Bautista Raffo, una villa «palladiana» y el jardín se organizará de acuerdo a las pautas de la paisajística francesa. Valiosas especies vegetales, aún hoy en pie, irán conformando un pequeño parque. Pocos años después, la Quinta se vincula a peculiares figuras de la sociedad montevideana. En 1872 es adquirida por Clara García de Zúñiga, quien gustó escandalizar a la «aldea» con sus desplantes amorosos, naciendo allí, en 1875, su hijo Roberto de las Carreras, el célebre dandy del novecientos.
Cansado de los continuos amoríos de Clara , su marido manda construir el altillo que se aprecia en la ultima foto y encierra ahí a su esposa.
Clara permanece encerrada en ese altillo años sin poder salir , por lo que se enajenó mentalmente, y aunque en un par de ocasiones logró escapar, fue recapturada y murió en ese mismo lugar.

Espacio Cultural Barradas, exteriores del museo. * Foto.

Tres Gurises

Editado en el 2012.

El relato no llegó a tiempo para el bicentenario,  ante mi imposibilidad de encontrar una foto que acompañara el mismo..

Cuento Breve.

 

 

– Vengo a que me pague la faena,  dijo el hombre.

– Ya hizo lo que le ordené.?

– Seguro. Ya están muertos los tres. Los pasé a deguello.

El portugués, escarbó con sus sucias y oscuras manos la bolsa de cuero que colgaba  al costado de su cinto y sacó tres monedas, una por cada uno.

El sól pegó en ellas y rebatió con reflejo de codicia. Las puso  lentamente  en la palma del asesino, que cerró  fuerte el  puño.

Luego el viejo, se restregó  las manos al costado de su chaleco, como limpiándose del contacto de su conciencia con el metal.

Se aflojó el pañuelo  del cuello, sintiéndolo como si lo ahorcara.

– Los dejó donde le dije?

– Sí, ahí mismo, en la esquina de la  pieza .

El sudor corría desde la vincha, seguía sobre las mejillas, dejando surcos barrosos.

– Bueno, ya sabe no nos conocemos. No quiero verlo nunca más le dijo, con miedo a que se supiera en esa desolación, que de mayor  él se había vuelto un cobarde, cuando había sido un valiente en las refriegas.

 

El hombre se alejó, entre los arbustos levantando el polvo rojo de la tierra, y al momento no estaba, parecía que no había existido.

Con un ronquido ahogado, se sintió libre.  Se habían ido los tres gurises que lo tenían engualichado, y que le estababan nublando  la sesera.

Salvador  el mayor le traía ese fuego que se formaba en la garganta y bajaba quemandole  el vientre.

Santo  el del medio era el que le daba esos dolores de cabeza, que le dañaban el cuello, un pedazo de la frente y el ojo…

El más chico Justo, ese era el peor, era el que le traía ese mareo, que por momentos lo hacía sentar,  ese ver y no ver, ese estar más seguido ahí y en otro lado. Era el de las alucinaciones.

Los tres tenían la culpa de que la china con la que se había conchabado, se fuera espantada, y lo dejara tan solo!

Entró a la casa, al pisar los escalones crugieron dando música a las alimañas que cobijaban.  Sobre la mesa de tabla ancha estaba el pedazo de charque, el cuchillo de mango de guampa con el que había estado comiendo, y el jarro con ginebra.

Bebió, a grandes sorbos, se limpió con la palma de la mano y tomó el cuchillo. Siempre lo llevaba al cinto y ahí lo colocó.

Entró a la pieza, que tenía  al fondo, donde estaba el catre, y las noches de desvelos. Giró  hacia la esquina para ver a los tres finados, pero no percibió nada más que la sombra que hacía la puerta.  Se enfentró a  ella  y vió reflejado en el vidrio de la misma un hombre largo, finito, un maldito que lo estaba observando.

Al instante los tres gurises llegaron en tropilla  y cada uno quería  su parte, y el portugués quiso zafarse, de ellos y del maligno.

Acorralado ahí  en la misma  esquina donde debía estar la muerte!

Cercado lo  querían robar, sacarle la conciencia, el yo, y él para que lo dejaran libre se quitó  la ropa, quedó desnudo, mirando a todos sin comprender que más querían.

Se agachó y del suelo apizonado en tierra levantó el cuchillo, clavó la hoja en el vientre de la imágen, y sintió que volvían a hablarles los suyos.

Lo encontraron muerto, desnudo con un cuchillo clavado en el vientre, sobresaliendo el mango de guampa y en la palma de su mano izquierda había tres monedas .

Nadie supo quien o qué lo mató, y no se preocuparon por averiguarlo.

Las urracas se llevaron el brillo compartido, y en un vuelo razante hicieron nido en otra tierra.

 

Foto de Stella. Escultura de Federico Escalada Pons.

 • Gurí  etimología del guaraní » muchacho.»

• Engualichar hechizar, endemoniar.

• Sesera modismo guachesco. Falta de juicio para la edad.

• Charque  carne  salada y puesta a secar al sol.

Cardar

Cuento Breve para  el Bicentenario

Editado en el 2011.

Para Fio.

 

 


Desde la cumbrera un círculo de luz  baja y  se hace  blanco  cuando llega  al vellón

El pelo era como la lana, blanco y gris, sujeto en dos trenzas, que caracoleaban alrededor de las orejas, asidos con dos pinchos de guampa.

Vestida de señora sin serlo, pechera con tablitas, hormillas en hilera, mangas largas enrrolladas en el codo, y el traje sujeto en cinto tejido. El traje usado por alguien, más vieja, más gorda. Impreciso el color, entre gris, azul, o negro. Formaba hondos pliegues la tela de la falda ante la carencia de la enagua.  Herencia de pobre, como los zapatos, más chicos que los pies que dejaban al desnudo sin ningún pudor los curtidos talones.

Separaba a mano la lana, y con un peine formado por  clavos y una madera ancha que sobresalía de la palma, hacía las tiras largas y  finas.

Las hebras hacían surco, con filo en sus  manos.

Sentada en una silla petisa, matera, de madera y cuero,  estira las piernas agarrotadas. Se masajea, el pie y  la pierna izquierda, que está hinchada. El talón resbala en el piso de ladrillos. Un lujo de piso, colocado formando espiga. Se había ido gastando en el centro, algunos ladrillos perdieron la argamasa, y se juntaba la tierra, formando musgo.. Piso barrido con hojas formando escoba, en palo de anacahuita.  Se terminaba en los escalones de madera dura donde está la puerta.. Una pieza hecha para depósito y dormitorio.

Se detiene, descansa un poco  y sigue con la mano cardando a un ritmo monótono, con la vista fija, en el aro de luz, y en los tirantes del techo llenitos de arañas galponeras.

Lana agrisada y sucia, a los costados. Contra la pared,  desde tendederos formados por cañas, hay vellones limpios, para hacer colchones, mantas,  ponchos, cintas, almohadas.

Entró Perico, y Lucila ni lo sintió. La puerta de tablones, no hizo ruido y los pies sin zapatos tampoco.

Viejo ladino, lo hizo con toda maña. Pelo »  chuzo «, ojos oblicuos, que los años frucieron y dejaron como rayas en la cara. Flaco, enjuto, vestido con jergas,  parecía un pique de lapacho,  «escoriado »

Cuando vió la sombra y sintió el olor, la mujer supo, quien era,  giró y furiosa le dijo

– Otra vuelta así, y te lo clavo, amenazó con el peine, que le pasó cerquita a Perico.

– Basta mujer, sólo vine a contarte lo que le oí a Gerónimo el que  limpia en la casa del cura.  Me  dijo él…

– No me importa. Estoy por terminar. Dejaste la puerta abierta, y además hueles a piara de cerdos. La Lucila giró la cabeza, no lo quería ni mirar.

– Ya me voy … Sólo que te quería decir que tu misi, vende a la Rosa…y dicen que puso un aviso en el diario. La voz  pasaba sumbando, con chistido.

– Por hablar, por ver si tengo comida para darte, entrás donde » naide » te mandó. Mirá si va a vender a la que cocina lindo. La que es sana, no como yo que ahora me duelen las piernas y no puedo hacer los trabajos de la casa.

– A voz no te puede vender, no sos negra, no sos esclava.

– No mientas Perico, que vas a saber del diario si no sabes leer.

– A Gerónimo se lo dijo el sacristán, y se lo contó uno de la imprenta al Sacristán. Mirá si el que escribe las letras con tinta no va a saber.!

– Te gusta engañar, porque sí. No  te van  a conchavar, vas a pasar hambre.  Sabés que tengo casa, comida. Estoy vestida por la misia . Y ahora me ves haciendo almohadas, y te da envidia, porque no tenés cuarto, ni poncho, ni faja, ni almohada.

Tomó aliento y su voz potente, se hizo eco, pegó en la ventana, rebotó en el catre, se hizo luz en el agua de  la palangana, dió  un giro y cayó como  » refusilo » en la cara del visitante.

– Vaya viejo… qué malo, andar llevando por ahí los granos, para que todos hablen como cotorras. Así la Rosa se va a poner triste, va a llorar. Sabés como la quiere la patrona!

–  Si la querrá, que puso el aviso llorando, y dijo que lo hacía porque se había quedado sin plata, y que si no arreglaba pronto, hasta sin casa, se quedaba. Sabés cuanto pide por la Rosa, 380 pesos ? Yo te vine a avisar…

Ahora la palabra se iba apagando, era casi un susurro..

– Pero acordate…ya estás medio pasada, pero sé que a Benancio el panadero, no le vendría mal una galleta dura… una criolla…

– Andate viejo, salí prontito, no quiero recados de lechuza y llevate la mugre que tenés puesta y cuando te vayas cerrá la puerta.

Ahí quedó Lucila con los dichos  dándole vueltas. Sus ojos castaños, parecían divisar algo desconocido….Un mundo con monedas… Con tanta plata!..  no sabía cuanta era, pero si se podía vender a alguien como la Rosa, era mucha plata..

A ella no la podían vender…no era esclava…

Se persignó, había dejado en tela finita de araña culona todos sus espacios de libertad, para ganar tan magro y mísero piso, el que ocupaban dos pies y un catre.

Esta vez, sonaron los tablones, y un sollozo ahogado lo cubrió una almohada cardada a mano, lavada en piletón,  secada sobre hurdimbre de  cañas, soñada en cabeza de china vieja, que tenía cuarenta y cuatro años, y pocos dientes para morder la angustia.

 

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La Tina.

  Relato Breve.

Para el Bicentenario.

Fecha de publicación 2011.

 

 

El  año que llegó al país, nadie lo sabía con exactitud. Ni él mismo, lo podía contar . No entendía lo que le decían ni los que lo cazaron y lo metieron en el barco, ni éstos de ahora que lo encerraron junto con otros, por miedo a las enfermedades.  Después de sufrir  por tanto tiempo, rompió las ataduras y dejó de oir.

Al no oir no respondía. Sólo cumplía con el trabajo cuando el gesto y el grito era tan fiero, que espantaba, más que el látigo, más que el ruido del hambre.

Se sabía que llegó en pleno invierno, en el mes de julio y como a muchos le pusieron por el santoral Benito.

Nombre de santo, para un negro fiero que no conoció más dios que sus dioses en el follaje espeso de su África, cuando era libre.

Previo remate, fué a dar a una estancia por Santa Lucía, y ahí conoció a una negra tan fea como él, pero unieron sus desgracias, sin entenderse en el habla, pero sí en la desolación.

En las caricias no hay idiomas y empezaron para gozo de los dueños, más que para ellos, a engendrar negritos.

Al primero, le querían poner Caxito, pero el dueño y el cura se opusieron y repitieron el nombre de Benito para que el niño fuera más santo que el padre, más sumiso. Con el segundo se sacaron el gusto, para los siguientes  ya no importaba, elegían los demás.

Eran de Luanda…Ellos eran los Calengo.

A Benito y Caxito, cuando fué finado el patrón, los heredó o los compró un tesorero de la Aduana. Ya no quedaban padres para extrañarlos y una de sus hermanas había tenido un pardito con uno de los peones que era blanquito, y se creía más que ellos y ni les hablaba. Las otras dos mujeres, una fué embarcada en un trueque  para Brasil, y la otra se murió de puro gusto. A raíz de esto tuvo una diferencia Benito con el capataz y un hachazo en la muñeca izquierda, casi le vuela la mano.

Le quedó una cicatriz, más gruesa que los labios, y una dificultad para cargar, que le bajó el precio. Caxito, era bajo y bastante gordo, casi sin dientes, igualito a la mamá . Los dos habían pasado por la viruela, y tenían marcas en las caras.  Eran negros de deshecho.

Con todos éstos inconvenientes, igual pasaron a ser negros de ciudad.

El  nuevo patrón, la mujer y los  hijos, tenían la mala costumbre de bañarse cada quince días. Se bañaban hasta en invierno!  Qué desgraciados éstos de la ciudad.

Los calengo, y los otros negros de la estancia se bañaban en los cañadones, y ahí había agua abundante para todos.  Los patrones eran atendidos por las negras de las casas, pero nadie comentó nunca que se bañaran tan seguido.

Foto de Stella.

Una de las tareas de los nuevos negros, de las tantas que tenían era llenar la tina grande de mármol con agua tibia.

Agua tibia!  Prender el fuego con leña de monte, entre las piedras del patio grande, y cuando el fuego  fuera fuerte, llevar el agua desde el aljibe, a balde y roldana, hasta la olla grande . Cuantas ollas para llenar la tina, cuantos viajes cargados, que dejaban un reguero de agua, que era aprovechada por perros y gallinas.

Todo para que el dueño de la casa nunca la encontrara suficientemente tibia, y ni que hablar de la doña que se bañaba después, y le daba por poner cáscaras de limón, para perfumar o alguno de los chiquilines que llegaba último.  Se bañaban por un orden jerárquico en la misma agua .  Después venía el vaciado, llevar esa agua sucia y jabonosa hasta los caceríos, para lavar la ropa, los pisos, los cacharros y las letrinas.

Fué en uno de esos días de calor de verano en que canta la chicharra, que a Don Abrosio, se le dió por bañarse. Creyó Benito que con agua fría estaría bien, pero no…tibia porque estaba resfriado…media tibia…a calentita…sin quemar..

Andá a buscar la leña al monte, cortala a machete, traela atada, cargala a lo burro, y después roldana, balde, roldana, prendé el fuego, calentá las ollas, llevalas a la tina, probá la tina, vaciala, limpiala.

Sentía Benito una voz que lo acompañaba en ese contínuo fustigar :  Si tenés calor y los ojos te arden del sudor, no importa. Dan  las doce campanadas, y el sol está a pique, aguantalo  para qué sos santo , no te llamás Benito!.. Sos esclavo porque sos negro, la culpa es tuya, porque tuyo es el color.    Si te querés bañar, pedile al capataz, que cuando los dejen salir a todos, a ver si te podés tirar en la bahía, ahí donde atracan los barcos, y de donde bajó tu padre.

Ese día del 12 de diciembre de 1837, a la una en punto, según la Iglesia, el baño estaba pronto, y dos negros uno alto, y flaco y otro bajo y gordo, llamados Benito y Caxito, conocidos por los Calengo, estaban esperando al patrón, para ver si no había que tirar más agua caliente en la tina.  Fué cuando llegó uno de los hijos del amo para decirles, que su padre  iba a demorar, por un trámite en la Aduana, que lo esperaran ahí.

Los dos pensaron lo mismo. El agua se va a enfriar, y tendremos que hacer el trabajo de nuevo.

Sudados como estaban, se sacaron la camisola, y el pantalón y desnudos se acercaron a la tina de mármol blanco, con sus pies grandes, anchos, con suela de barro, y talones rajados  .

Con la alegría de niños aunque eran hombres grandes, se empezaron a mojar con esa agua tibia, calentada a leña perfumada.

Nunca más felices!! Eran los patrones de la tina, los primeros en bañarse…

Se demoraron mucho… salpicándose…

Se vió la sombra atravesando el patio…

Saltó como si no hubiera ningún límite….. corrió hacia el monte….dejó a Caxito…sólo…

El amo no atinó a nada, correr a alguién tan fiero, era imposible y riesgoso …así que mandó a Caxito a limpiar el baño, sin ayuda, y a partir de ahí, él era el encargado de la leña, del fuego, del acarreo, de la limpieza, de los orinales y de la tina…

Salió el  tesorero , con furia a poner un aviso en el diario…No valía el negro lo que ofrecía, pero su amor propio valía mucho más.

En un aviso publicado en » El Universal » del 14 de diciembre de 1837.. se dice:

100$ de Gratificación.

» Se ha huído un negro llamado Benito conocido por Calengo, es alto, fulo de cara, algo picado de viruela, tiene un hachazo en la muñeca izquierda y los labios gruesos, dicho negro, tendrá como 25 años y nació y fué criado en la estancia del finado Mitre, en Santa Lucía, en Vejiga arriba, y después pasó a poder de D. Ambrosio Mitre tesorero de la Aduana, el que lo encuentre y lo entregara en la panadería conocida por la del gallego que está enfrente al Fuerte San José.»IMG_0002