El escritorio, con su tapa de cuero, borde tachonado, y su madera de perfumado roble, cierra la estancia.
La silla gira, viaja disconforme siempre, chirria el resorte de izquierda a derecha, fija en su altura, ventilada en su respaldo de esterilla.
Imponen desde sus dorados marcos, las barbas austeras, los lentes redondos, los cuellos almidonados, los traba corbatas, las satinadas solapas, las chapitas de bronce con sus nombres.
Olor a tabaco, a agua de colonia Yarley, a Glostora, a café, a humedad de cientos de alientos contenidos, reprimidos.
Palabras como » si usted me lo permite »….Creo que podemos llegar a un acuerdo, como lo sugiere »…La cantidad solicitada supera mi disponibilidad »..repetidas por otras bocas, por miradas miopes, toses mentoladas.
Los números hacen arabescos en la lana, y dejan búlgaro el mullido caminar. Nadie ve los pies heridos, se mezclan con los bordeau y los verdes, y se pierden en el blanco fleco.
Se mira con lupa, los bifocales acaparan los bordes del tanto por ciento, o el plazo fijo.
Las manos dejaron su desgaste en el curtido testigo, y se guardan las plumas fuentes, como recordatorio de tintas indelebles, junto al papel secante.
Hoy un viejo, desde la silla que sobresale de su cabeza, y la deja como un cuadro esculturado en hojas de acanto. Llama..
– Mateo, estás ahí…tráeme agua …Creo que tengo que tomar el medicamento, el de la píldora rosa….Me estás escuchando….Mateo..Mateooo La campanilla agita su pequeño badajo…
Las manos se aferran al borde del escritorio, y con un impulso se pone de pie. Desde ahí ve la ventana y la gente que pasa apresurada. Nadie se detiene, consulta, o ruega, o paga.
La carraspera, espera el agua y la voz vuelve a repetir..
– Mateooo, donde estás Mateooo
Cae sobre la silla, la amiga y compañera se bambolea apenas, se acomodan los gastados huesos, sobre el almohadón de amplias proporciones.
Desde su sitio, se ríen los botones del chesterfield, las letras doradas de los libros, las vacías cajas de los habanos cubanos, y la botella de añejo cogñac. Sólo se mantienen en posición, erguidas como un baluarte las fotos de los que lo precedieron, en blanco y negro..
La reja del balcón observa en su sombra la propia demolición.
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.Jorge L. Borges.