Mangacha.

 

 

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Se escuchó el estruendo, rompe tímpano, despierta beodos, y el asombro marca caras y deja muda a muchas intenciones.

– Creo que cayó muy cerca, dice mirando el piso, el viejo Antonio.

Martín, se acerca al ventanuco, pero la lluvia hace de cortina.

– Puede ser que haya dado en el Ombú, o en el galpón de los Perruchio. No se ve nada. Hasta las motas del jovencito empalidecen.

Salen de las piezas los sueños retenidos, Servando, y Severino. Los hermanos Saldías.

Servando se acerca a Martín, y mira para un costado, le habla con temor….

– Hay fuego en la casa de la Mangacha…

Sigue tronando.

Los tres hombres se dirigen al pequeño alero, se apretujan, ven un cielo amarronado y un  fuego pequeño, que despide un humo largo, oscuro, que toca como trompeta el cielo.

– Tendrías de ir a ayudar   – yo porque yo?   – anda vos Servando, que tu mujer la quiere tanto a la Mangacha.

Desde adentro la voz del viejo Antonio se siente clarita    – Quien de ustedes se atreve con ésta lluvía a pasar el cañadón y el comienzo del río?

– Yo no tengo las botas, las dejé en lo de Olivia    – A mí no me hablen, no la quiero ni cerca.   – Pero si estaba en el rancho de madera  ya es tostada la finadita.    – Andá vos, que le debes favores, los dos hijos que ayudó a tu mujer a traer al mundo.

Se desagua lentamente el tiempo.  Amaina, comienza abrirse por una rendija la luz rojiza.

Las emociones tienen el color del tiempo, el matiz de la vergüenza .

Camina pisando despacio el Polaco, abriendo trillo, entre piedras  y chircas, es el conocedor del sitio, sabe donde están los meandros, alza la cabeza, la camisa se le pega al enjuto torso, es casi un hueso, y desde el inexistente camino les grita alzando un palo..

– Qué dos Saldías, que no hacen uno, y así hicieron al gurí, pura masa de harina y agua, pan crudo, miedosos, ya van a ser apaleados a su tiempo.

Y se marcha, con el mismo tranco, pero el grito y la amenaza dada, le compensó la furia que no retenían más sus huesos.

Los hombres entran, se guardan la cobardía, hasta el temor a preguntar.

Servando se ajusta el cinto, parece que le quedara grande, Martín se acerca a Antonio y le pregunta  – Somos maulas, verdad padrino?  Usted porque no ve no podría haber ido, pero nos quedamos quietos… no hicimos nada..nada..

– Es difícil meterse en la ayuda de la mujer que hace velas santas, con manzanilla, y jugo de pitanga.

– Es verdad que es una bruja santa?

Antonio calla,  Servando vuelve a su vaso de caña, y cierra la puerta como si todo hubiera pasado..

Solo Severino sale al campo, tiene que saber lo sucedido con la Mangacha, lo tiene que conocer antes que su mujer y sus hijos, no porque le interese la doña…

Ve los árboles en la costa, no conoce tanto como su rival, pero le ganó la mujer y tiene con ella dos hijos.

Iguala al polaco, se mete con el miedo rozándole las botas, dando pasos, estira las manos para tomar un leño, resbala, lo enredan las raíces, lo hunde lentamente el barro, se sabe perdido a penas salido,  antes de comenzar  el cañadón, que conduce al  río.

Entre la maleza, lo busca para una cita una dama despechada, lujuriosa lo incita con la mirada penetrante, y lo atrapa conocedora de la rasante luz mala.

Y sin quererlo Severino, tragando lodo se fue a conversar con la Mangacha…

 

P1110359 - copia con zoon

 

 

 

Fotos de Stella.

 

  • Gurí – Muchachito indio o lo sale mestizo.
  • Luz mala- Es uno de los mitos más famosos de los folclores de Argentina y Uruguay. Se identifica comúnmente a la luz mala como un « alma en pena», el espíritu de un difunto que no recibió sepultura cristiana.

8 pensamientos en “Mangacha.

  1. ¡Uf!, ¡Qué decirte!, Apenas dos pinceladas, y ya te aparece un clima y un paisaje y antiguos motivos y razones sentimentales y cobardías y magias, como si el alambique de tu ingenio destilase las palabras hasta lograr literatura en estado puro. Un abrazo especial por esa exquisitez que has plasmado. Pasa unos buenos días

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