Pulsa el timbre, corre al contacto el cable, se estremece la campanilla y al segundo llamado, se despega de su prisión.
El Hola..Hola..viaja adherido a las paredes induídas del corredor, y se topa con ella en el dormitorio.
Lentamente se acomoda los tirantes del corpiño, se desperezan los alicaídos senos, coloca la camisa por debajo de la falda, estira los desiguales del saco de hilo, y se acerca al espejo del ropero.
Golpea la mano la puerta..Llama…
Hola..Hola..Hay alguien ahí..
Moja con saliva dos dedos y los pasa dibujando las cejas, con las palmas estira las mejillas hacia arriba, sube la frente abre los acuosos ojos.
El timbre sin atadura alguna, baila, hace cortes y quebradas, se recobra, e inunda las piezas enfrentadas.
Hola…Holaaa..Sara..Saraaa
Reconoce el llamado, casi un grito….Ya voy murmura bajito…Ya voy dice…para no olvidar el sonido de su voz
Llega a la cancel de vidrios esmerilados, los dos escalones de mármol distinguen los cotidianos pazos, quita la tranca a la pesada puerta de madera, las dos vueltas de llave, y el pomo de bronce, hace la luz.
El llamado se ha ido.
Lo sabe vivo al viejo impaciente, y lo ha dejado marchar sin derribar barreras, con la duda, de si ella aún existe.
Sonríe a la nada, con las comisuras estiradas, en burlona mueca.
Sale al pequeño y olvidado jardín.
Se inclina, se deja envolver, se entrega con lascivia a la persistente y pegajosa aroma de la madreselva, que se ha posicionado del alambrado retorcido y resistente, formando una única verde, y vieja pared lindera.
Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
Sin saberlo, nos hemos despedido?
Jorge Luis Borges.