Un viento del este levanta ráfagas, que ondulan la arena.
– Vamos a cruzar la rambla y nos refugiamos en el antiguo depósito. Dijo Antolín, y fue el primero en correr con sus ágiles y largas piernas.
Clohé y yo lo seguimos.
Un galpón abandonado que fue depósito de pescadores, y luego sufrió el vaciamiento total.
Solo retuvo un olor extraño de redes, de boyas, de hierros, de hélices, de cajas, de botas de lluvia, de cuerdas, de anclas…Un olor salobre, pesca tempranera, con límites imprecisos de vela y cubierta, de quilla, y proa.
La tormenta se tornaba cada vez más violenta; nos apretujamos los tres contra las viejas llagas de los tablones.
La carcomida ventana, lucía con descaro una parte imprecisa de un vidrio de colores, y más al fondo se veía el desolado y azulado sitio.
Observando, las curvas y rectas que dejaban las roturas de los desgastado vidrios, ví la mirada de Antolín sobre Clohé. Con tejido de seda la rozaba.
El silencio y la dejadez abren lentamente mis ojos.
Fue la caverna, la gran contenedora de los arriesgados años, ligada por el cuello, silbaron los adioses a la luz del sol. y trizó el viento, con fiereza mi desorientada imágen.