El marco dueño de las tallas, de las hojas verdosas, sostiene como poseedor absoluto el contorno del espejo.
El cristal prisionero del bisel, que limita su contorno, en un imposible esfuerzo, se adosa al recuadro, y cubre la percepción.
La figura, se estremece, aduce la mirada que falta cercanía, y la piel se rebela en locas fantasías. Ve palabras que hacen frases gratuitas » cuanto has visto, cuanta lucha, cuanta alegría, cuanto amor, cuanto desencanto, cuantas melodías, cuantos logros «, siente la alegoría y regresa al punto de partida.
Las manos se elevan y palpan la moldura, acarician la luna, y los ojos, son el último eslabón de una cadeneta. Cierra los párpados, liberando los límites plisados de la dependencia.