La mano enguantada desengancha la cadena, y tira de ella.
El badajo de la campana, se asombra, se despereza, y trata de llegar al borde sin lograrlo.
El polvo, la lluvia, el óxido ha dejado entumecida, su unión con el eslabón.
Se repite, insiste la mano, y con un agónico sonido llega el llamado hasta la cucha del viejo Fito.
Junta sus largos huesos, los estira y alza la cabeza, entrecierra los ojos, y huele su esencia en el aire helado.
De pie, haciendo de su andar antiguo garbo, da pasos ágiles, uno tras otro, hasta la reja.
Por un costado del jardín, aparece Juanillo, con su largo delantal de lona, su gorra y su eterno cigarro.
Fito llega antes, es que el aroma se adelanta al sonido, es que la niñez de ambos, perro y dama es prioritaria. La mano enguantada se escurre entre las volutas de hierro, llega al hocico, acaricia las orejas, y la voz canta, susurra, el nombre.
Se amontonan sin tiempo los recuerdos, se llega hasta el cabello enredado, los saltos, los mordiscos, las corridas, la comida compartida. Lo que marcó la niñez de ambos.
Ella está ahí en plenitud, y el sin saber la esperó siempre, envejeciendo lentamente, soñando con ladrar fuerte su llegada, sin entender su ausencia.
Mi viejo, mi querido Fito, dice ella.
Y el en uno de sus últimos y hermosos esfuerzos, ladra, agita la cola, mientras el hocico empuja los dedos, como diciéndole, quítate los guantes, quiero sentir el calor de tu mano.
Juanillo llega hasta el portón recién ha reconocido a la dama.
Señorita Clara, que alegría, que sorpresa es verla, y busca en los bolsillos del delantal las llaves del portón, sin encontrarlas.
Perdone..Ya vuelvo, las debo haber dejado en la cocina.
Fito y Clara juegan, son cachorros, ya no hay guante que separe, la calidez es mutua, y mientras el le lame las manos tan blancas tan cuidadas, ella se siente una reina, nadie la querido y comprendió tanto en su solitaria niñez, y ahora ella lo recibe nuevamente en su anciano tiempo.
Cuando se abre el portón hacia el jardín, ya está todo dicho, los tres se abrazan…No se explican las ausencias, con unútiles palabras.