
.
Juan y Thomas de niños, de adolescentes, donde el amigo fuma naco negro, y toma caña con Pitanga, de un vaso barrigón, de un solo trago.
Juan que dice conocer las curvas prohibidas del aura violeta, y sabe del sabor de las bocas que se ofrecen, sin pagar favores.
Jóvenes los dos; y Juan que deja a la novia, la del padre político, rico, con fama, la culta, la linda y discreta….porque no aceptó la prueba, aunque quisiera, sino por el miedo al embarazo, y le sumó en contra; la que no teme el roce de piel con piel, ni el vulgar escote, la maga del color como arma.
Lilí, fue el embriague del pesado aroma, el difícil equilibrio de los tacos aguja, el movimiento ondulante de los pechos libres.
Hace casi cuarenta años que Juan, el que todo lo puede, se casó con la hechicera de Lilí…» Diciendo que lo hacía; » para protegerla, para frenarla, para que no se fuera con otro, con cualquiera. »
» La que no le dio ningún hijo; porque los hijos no unen, lo desflecado «
En la soledad de Thomas, lo que le sucede a Juan es luz en la niebla, porque poseído, desorientado, busca siempre en su amigo, el consejo justo, el bastón emocional…sale de su trama y entra en el sinuoso vivir del otro.
Este año y medio de pandemia, todo se volvió más opaco, turbio, en ese estar encerrado sin verjas, sin carceleros, sin voces…No basta ver un celular, o el barbijo de una limpiadora, que huele a desinfectante, y que por toda conversación dice..- Usted se queda en el escritorio, mientras yo limpio y cocino.. Cuando termino sale, y después yo limpio el escritorio..
O el saludo de despedida – Hasta el jueves y cuídese..
Hoy salió solo; cómo llegó hasta el Supermercadito, ni él lo sabe.. Una cuadra y media pegado a las casas de la manzana, algunos portones, y la calle vacía.
Hoy fue el dueño absoluto del barrio..
Va a comprar el antojo de la palabra.. Va a contarle a alguien que ve gris, pero no de manera uniforme..
No acepta la recomendación que le da la cajera, la jovencita del Supermercadito ; cuando le explicó sobre la niebla que no lo dejaba ver con nitidez..
Thomas le conversa, porque nadie espera por la compra; le comenta porque está sintiendo el silencio sin palabras de su soledad, y la jovencita le responde al abuelo, porque ella está aprendiendo, que contestar mientras marca la mercadería, no cuesta nada…
Desde el barbijo los ojos grandes le dicen la receta..
– Lave los cristales de los lentes con pasta de dientes, y va a ver que se le van todos los rayones…
– No tendrá los ojos secos ?
Thomás la mira con asombro.. – Ojos secos, si lloran solitos!.
– Ahora que si sigue con el problema, cambie los cristales.
Thomas le da las gracias, es bueno hacerlo, es alguien que habla ese domingo muerto; cuando solo se escucha esa música de fondo, esa que de tan dulce dan ganas de dormir, mirando frutas y verduras, y montones de bifes, y chorizos, y de mil cosas que esperan el trasiego del que no va a comprar.
El cree que alguién el lunes lo va a llevar a ver a Juan; el insurrecto que no se vacunó, el Bolsonaro auténtico que no se enfermó
Sale…Se acomoda mejor el barbijo, que siempre siente que lo ahoga, coloca sobre el, los lentes, y aprieta la zona sobre su nariz y se calza la boina.
La niebla lo abraza, lo envuelve con su plateado signo, y se va quedando, húmedo, desorientado, enfermo en ese momento tan suyo.
Baja el cordón, mastica la niebla, la traga, gira, baila acuoso, resbala, cae, se golpea y queda quieto, fisurado, entre los lentes, el barbijo y las bolsas de la innecesarias compras.
La música relajante continúa..
– La jóven cajera grita, pobre abuelo, tiene rayados los lentes!
Él había deseado siempre un abrazo cálido, de fina cintura, y perfumada piel; lograba al final de su ruta, el frío gris de una mañana cualquiera.
El lunes el viejo Juan va a preguntar a Thomas, como es zarpar en la barca de Caronte con el remo del Covid…..
Foto de Stella.
La mujer de Juan.
Casas abandonas XIII.
10 de noviembre de 2015